Hacía bastante tiempo que no llegaba al límite del agotamiento de mi cuerpo… Cuando cada uno de los minutos libres que dispones los empleas en preparar y curtir tus aficiones, en exprimir la vida –ya dormiremos cuando toque-, se empieza como una burbuja llena de aire, con mucha fuerza y, poco a poco, nos vamos desinflando y, en algunos casos, si nos pasamos de rosca podemos llegar a utilizar hasta nuestra reserva de energía y, de pronto, llegar un momento en que nuestro motor se pare, y las fuerzas para andar, parar hablar, parar mover nuestras extremidades, se desvanezcan.
Es interesante, porque es uno de los momentos más evidentes en lo que no tienes más remedio que reconocer que tu cuerpo te está hablando –que nos habla siempre-, más bien nos está soltando un grito tremendo, y se declara en huelga indefinida hasta que le des el reposo merecido… Es una sensación agradable el hacer las paces con él, darle el merecido descanso y reconciliarse.
No sólo eso, cuando además decidimos apagar el motor y comenzamos esas horas de
panching obligado sin horarios, sin prisas, sin relojes, nos convertimos en parte en filósofos griegos y podemos disfrutar de las artes: devorar un libro por placer, paladear las letras de un disco que nos compramos hace tiempo, pensar en la delgada línea que une y separa todas las artes,
escuchar boquiabierta una tremenda demostración de esto último... Creo que pasaré la
ITV.