domingo, 27 de abril de 2014

COMPORTAMIENTO COSMOLÓGICO



Hoy, preparando una clase de cosmología, donde tengo que explicar el Principio Cosmológico -es decir la hipótesis por la cual el universo es isótropo y homogéneo a gran escala y por lo tanto, no ocupamos un papel señalado ni privilegiado en el Cosmos-, he caído en la cuenta de que, salvo muy raras excepciones, nosotros, como Humanidad también cumplimos ese principio a nivel interno.

Todos hemos pasado por esa fase de egocentrismo absoluto donde nos hemos creído más especiales, capaces de apreciar la belleza en un aspecto completamente particular, ser más buena persona, simpático o guapo que nadie. Sin embargo, al final, ese sentimiento mezcla de superioridad y benevolencia que nos invade cuando creemos que alguien se equivoca, esa creencia de nuestra capacidad de valorar cuando una persona hace o no, lo correcto porque nosotros sabemos más o eso ya lo hemos pasado es... bastante común en el ser humano. Todos creemos ser más sabios, tener más experiencia o simplemente haber vivido más que el vecino. Y no nos damos cuenta de que, si bien lo sitios y el momento son diferente, las experiencias que una persona adulta puede haber vivido a lo largo de su vida son extremadamente predecibles -lo queramos o no, vivimos inmersos en una misma sociedad-.

Durante los casi catorce años que estuve tocando en un cuarteto de bodas, puedo contar un sinfín de parejas “especiales” que querían hacer una boda “diferente” y el resultado era… exactamente la misma boda, más o menos hortera, larga o divertida, pero con las mismas ideas originales que todas las demás.

Con esto no digo, que no existan cosas auténticas como las esencias personales, el arte o ciertos pensamientos, y que no valga la pena cultivar lo que tenemos en el interior. Si que creo que deberíamos ponerle un poco de humildad –yo la primera- al hecho de que nuestra riqueza cultural, personal o sensorial no es única y puede ser encontrada en muchos otras personas. Con sus ventajas y desventajas.

miércoles, 23 de abril de 2014

HISTORIAS PAGINADAS



¿Qué mejor que celebrar el día de algunas de las cosas más bonitas del mundo –libros, flores, amor, amistad- en una de las ciudades más bonitas del mundo? Que conste que no es algo que no haya hecho nunca. Guardo muy buenos recuerdos de mis Sant Jordis estadounidenses, donde poco a poco, más y más gente se ha ido empapando de este espíritu de escoger una historia y casarse con ella por una temporada.

Hoy en París, ha sido un día con un gusto muy similar a un Sant Jordi barcelonés –donde me parece estupendo que no sea fiesta, pero a la vez, todos los jefes sean permisivos para dejar lanzarse a la calle a sus empleados en busca de una rosa y un libro-, se respiraba una atmósfera de espíritu bonachón proveniente de que te recuerden que hay gente que te quiere. Por la mañana no han faltado las flores de rigor y a la salida del trabajo he ido a darme un garbeo por algunas librerías maravillosas. Conforme avanzaba la tarde, me he ido topando con algunos trotalibrerías de Sant Jordi. Aparecíamos todos con una sonrisa bobalicona en los labios, un aire algo despistado y una o varias flores en la mano. Nos hemos cruzado alguna mirada de reconocimiento, un guiño de esos que significan tú eres de los míos, y nos hemos cambiado a otra planta, discretamente.

Así, por mis manos han discurrido miles de páginas a través de un lento paseo por l’Arbre à lettres, la Hune, la Gibert-Joseph y, finalmente, la tremenda Shakespeare & Co, donde como regalo extra, me han obsequiado con a una pequeña representación de Hamlet en la calle en honor el 450 aniversario del nacimiento de Shakespeare. No se me ocurre un final mejor para un día inmejorable. Espero que vuestros techos también den cobijo a nuevas páginas.

Al fin de cuentas, la biblioteca es su verdadera autobiografía. Aquí y allí asoman libros que han estado ligados a algún hecho o a algún sentimiento, decisivos o triviales, de su vida. Nunca se decidió a colocar sus miles de volúmenes por orden alfabético de autores, de manera que si lo aluden es desde el caos. 

Buzón del tiempo. Mario Benedetti

domingo, 20 de abril de 2014

DESDE LAS ALTURAS



Por fin parece que llega un poco de calma en este huracán que se empezó a fraguar hace unos cinco meses: prepara mudanza, cierra etapa, despídete de todo el mundo, pasa vacaciones de Navidad, visita a todo el mundo en dos ciudades diferentes, toma cervezas, cafés, cenas, sal, juega con tus sobris, disfruta de tu familia, llegada a Paris -piso número 1-, empieza etapa, disfrútala, queda con la gente que tienes aquí, múdate al piso número 2, recoge tus cajas de tu etapa anterior pero no las abras, que no caben, ve a clases de francés, exprime Paris, trabaja muchísimo porque el tiempo avanza, inexorable, empieza un segundo trabajo, vete a trabajar dos semanas a la otra parte del mundo, imparte cinco seminarios, encuentra otro piso -el número 3-, celebra tu cumpleaños, múdate al piso número 3, consigue las cosas básicas y necesarias que faltan, vuelve a irte unos días de trabajo y otros de vacaciones, compra regalitos para tus sobris, revisita a todos tus amigos, más cenas, cervezas y salidas, disfruta de nuevo del calor de tu familia, para finalmente…

... llegar a la calma. A la paz de mi hogar -el previamente conocido como número 3, a partir de ahora mon petit- donde por fin tengo casi todo fuera de sus cajas, sólo me queda algún detalle que conseguir, empiezo a conocer mi barrio –el centro de Paris- y puedo comenzar a construir una rutina salpicada de cosas que no sean estrictamente necesarias… Comprar mis ramos de flores, perderme sin rumbo por mi barrio, comer sano, hacer deporte, quedar con amigos, desayunar un domingo a la francesa … Lo cierto es que muchas de estas cosas ya las hacía antes, que yo siempre fui de quitarme horas de sueño antes que otras cosas. Y si bien han sido meses de mucha actividad y mucho caos, casi todo es totalmente apetecible: tengo amigos, gente que me quiere y me echa de menos, trabajo, salud, energía… Y encima, la Republique –mi vecina- me abre los brazos y me guiña el ojo cada vez que me ve –al menos dos veces cada día-.

En fin, parece que finalmente puedo decir, que tengo mi hogar, un sitio pequeño, pero delicioso en el corazón de Paris, y con ello me pinto una gran sonrisa al saberme bendecida por un sueño solidificado más de esos que esbocé hace mucho tiempo. Ahora a llenarme de la magia construida, invitados estáis.

viernes, 4 de abril de 2014

LA VERTICALIDAD NATURAL


Estos días en que la primavera ha llegado generosa a París y la luz inunda las calles de golpe y las terrazas están llenas, y la gente contenta y todo huele a revolución en el ambiente, estoy siendo testigo de un lento avanzar del árbol de la ventana de mi despacho…

Parece increíble, pero en una semana ha pasado de ser un árbol seco invernal a, día a día, empezar a crecerle hojas, y más y más -al estilo afro que tanto se lleva en París-… y a día de hoy está precioso, con un montón de hojas verdes, de ramas que se ramifican en otras ramas, que se ramifican en otra ramas, que se ramifican en otras ramas… Con esa sensación de vitalidad, de renacimiento, de truco de magia.

Y yo no se que tiene los árboles que, como muchos otros elementos de la naturaleza, puede estarme horas observándolos embelesada. Me seducen esos troncos gruesos y fuertes, esas ramas rugosas, siempre ascendentes, ese continuo ansia de renacer, esa multiplicidad en todos sus poros… Siento una gran simpatía hacia esos seres que siempre quiere ir hacia arriba, que han sacrificado su vida por darnos libros y palabras, y que sienten ansias de tocar el cielo.