Eso mismo me pasó hace dos días. Resulta que deje el coche mal aparcado y cuando, un par de horas después me dirigí a aparcarlo con mi siempre infatigable radio encendida, empezó a sonar esta canción que me dejó anonada.
Supongo que todo lo hacía un poco fantasmagórico: era noche cerrada, había atisbos de tormenta y en la calle no había nadie. Sólo esta voz que me caló hondo. No podía otra cosa más que seguir conduciendo con la boca abierta y disfrutar el tremendo estado de subyugación que me traspasó. No sabía quienes eran pero me fascinaron. Casi casi, un orgasmo musical.
Afortunadamente, el aparcamiento esta vez se hizo de rogar, y cuando ese momento inigualable acabó, esperé a que el locutor me revelara el secreto de la canción, de su nombre, porque pensaba escucharlo en bucle mil veces. Al parecer, ya lo había dicho antes de que yo me subiera al coche –jugarretas del destino-. Sin embargo, esa tremenda herramienta que es Internet finalmente me dio la droga necesario: ya se el nombre y apellido de los autores -los Wild Beast-, y por supuesto la canción que además tiene un nombre tremendamente poético: "Todavía tenemos el sabor del baile en nuestras lenguas" (We still got the taste dancin' on our tongues). Es más, ya estoy en posesión de toda su discografía. Es más, ya los he escuchado sin parar durante 48 horas.
Quizá habría llegado tarde a temprano a mí una música de este calibre, no lo dudo. Pero agradezco infinitamente que esta canción pre-otoñal se escapara de su caja y volara hacia mí por su propio peso.