Hoy he acabado (por fin), mi Tour de Francia laboral. Desde Octubre, he visitado once laboratorios diferentes distribuidos por diversas localidades de Francia. La verdad que, he visto tan sólo un pequeño coletazo de sitios que no conocía ya que, mi agenda apretada – y la morriña de mi cama-, sólo me ha permitido tocar chufa, pasar un par de días y volver.
Todos estos viajes he tenido la enorme suerte de hacerlos en tren. Vivir en París, además de ser un privilegio por muchos motivos, tiene una enorme ventaja que es que está muy bien conectada con todos los rincones de Francia. Así que, además de los viajes laborales, también he consumido mucho café en numerosas estaciones de tren.
Y de éstas horas consumidas en estaciones, hay algo que me deja todavía estupefacta y es que, gracias a la maravillosa idea que algún día alguien tuvo de poner un piano en las estaciones, he disfrutado de recitales de música increíbles.
El patrón suele ser el mismo en todos los sitios. De pronto, aparece un personaje que nunca asociarías con la buena música –por ejemplo, un chiquillo con pintas de gamberro y escuchar mala música, o un señor de edad avanzada con su maletín de papeles, o una chica demasiado maquillada y muy a la moda- que posa sus manos en unas teclas inmaculadas y a partir de allí, sólo se suceden Rachmaninovs de vértigo, miradas de sorpresa, fugas de Bach, ojos como platos o improvisaciones de jazz basadas en la obra de Miles Davis, como si fuera lo más normal del mundo.
Las pocas personas que prestamos atención, –éste es otro hecho destacable, ¿qué hay más importante que hacer en una estación que escuchar una música angelical regalada por la cara?- nos quedamos, con cara bobalicona, embelesadas mirando escurrirse esos dedos por las teclas. Luego, cuando esa persona anónima se siente demasiado observada, se levanta, echa un vistazo a su reloj y desparece dejándonos desamparados.
En mi caso, toqué el piano durante seis años y aunque tengo los dedos demasiados oxidados todavía echo algunas mañanas siempre que voy a casa de mis padres. Sin embargo, el tema de las estaciones de tren es otro nivel. Muchísimo más profesional y sin absolutamente nada que ver que el ejercitar los dedos un rato. Es como, si alguna institución defensora de la música, hubiera infiltrado algunos de sus agentes para darle un toque de belleza sorpresa al mundo, que bien necesitado anda últimamente. Desde aquí, aplausos a todos esos pianistas incógnitos.