miércoles, 18 de abril de 2012

ESTAMPAS JUBILADAS



Ayer fui a renovar mi pasaporte… Parece mentira, pero ya han transcurrido casi cinco años desde aquella vez que me pegué el madrugón del siglo para permanecer horas eternas en una cola larguísima pocos días antes de pisar por primera vez el continente americano. Allá me esperaba Baltimás, la ciudad más chunga de todo Estados Unidos donde una persona muere cada seis minutos, pero yo, por ser blanca –porque yo lo valgo- cada veinte –palabras textuales de recibimiento-. Allá donde todas las frases comenzaban por un oh, men, se comía cangrejos con un martillo y un cubo y se trabajaba muy duro, pero con mucho optimismo.

Entonces nunca imaginé que llegaría a vivir casi tres años en ese país. Y en efecto, aproximadamente un año después me encaminaba con unos cuantos trastes más encima a la otra costa. En particular, a Davis (California), al ladito de San Francisco. Mucho más soleada, mucho más amigable, mucho menos peligrosa, con una comida mucho mejor para los estándares norteamericanos…

Mi permanencia allí se vio aliñada con multitud de escapadas a San Francisco, Seattle, Texas, Los Angeles, New York City, Washington, Las Vegas… Siempre tratando de probar nuevas entradas a este inmenso país… Todo esto me contaban ayer mis tres visas estadounidenses con foto de sueño, pegadas a mi pasaporte, mientras esperaba que el funcionario en cuestión le apeteciera zanjar el chascarrillo del momento.

Pero no sólo de Norteamérica me hablaba ayer este pasaporte desvencijado… También era portador de numerosos tatuajes… De mi primera visita al Hemisferio Sur – Bolivia, Perú, Bolivia, Perú, Bolivia, por ese orden…-, de mi primera visita a Asia –entrada por Tokyo meses antes del terremoto-tsunami del horror-…, de mis múltiples idas y venidas por los confines de Europa

En fin, ayer, mi alma de viajera, repasaba con satisfacción los múltiples soplos de aire fresco, la cantidad de sitios que me han estremecido, me han alterado los sentidos, me han fascinado, me han provocado resquemores, o me han enseñado grandes lecciones… y en el fondo, me congratulaba de saberme aventurera, valiente y portadora del gen del que no arrisca, no pisca.

Así que, finalmente, cuando ayer el funcionario me miró por encima de sus gafas con una mueca extraña, le sonreí orgullosa y, señalando a mi pasaporte moribundo le dije… -por favor, córtelo con cuidado… este pasaporte se merece un descanso eterno.-

Que sus muchos descendientes continúen llenando nuestro mundo de sorpresas.

2 comentarios:

  1. Que envidia me das....ojalá pudiera comerme yo también el mundo de esa manera...

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  2. Belén: El mundo está ahí.... Al alcance de todos... ¡A por él!

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