Desde ya hace años practico yoga. Comencé hace unos años, en EEUU, debido a unos problemas de espalda que desaparecieron –casi mágicamente- tras los primeros cinco minutos de probar esta práctica. Además, ahí tuve la suerte de tener una profesora genial, de esas que nos conocía uno por uno y sabía qué ejercicios necesitábamos, casi eran clases particulares, se puede decir; de esas que sales un poco mareada cuando acabas.
Cuando volví a España, intenté encontrar un profesor de yoga tan bueno, sin éxito. Probé varios sitios, pero me aburría bastante, así que cambié por Pilates, donde di con un gran profesor con el que ni te enterabas de la clase y realmente te enganchabas sin remedio.
En estos meses en Paris, he dado con una profesora espectacular. Tan buena como la primera que tuve. Notas como al finalizar, tienes todos los músculos donde deben, la espada completamente alineada y esa noche duermes con los ángeles. La lástima es que no siempre es ella la que da las clases, y hay una diferencia abismal. Una vez más, la importancia de tener un buen profesor para cualquier actividad que se precie es incalculable.
Bien, desde que empecé a realizar esta disciplina, me ha llamado mucho la atención toda la moda que se ha creado en torno a ella. De acuerdo que el yoga no sea un deporte sin más y que haya una filosofía detrás: controlar la respiración, relajarse y usarlo eso para el día a día. Sin embargo, hay una especie de moda que parece que todo el mundo que haga yoga tiene que seguir, sino no eres suficientemente profesional.
Por ejemplo, en todos los sitios que he ido me he encontrado gente disfrazada de hippy, un gran porcentaje de vegetarianos, ecologistas y gentes que querrían vivir en el campo; algunos profesores –que invariablemente comentan ese viaje a la India que les cambió la vida- empiezan las clases con ese Ommm y Shanti, y absolutamente todos acaban con el Namasté y las manos en forma de rezo. Yo, en mi caso, prefiero no hacerlo. Mi espalda no lo necesita -que me perdonen si digo una herejía-. No se, me resulta muy curioso que en un grupo de gente totalmente occidental, donde la gran mayoría lleva la camiseta anti-sudor última generación, musitemos palabras que no tienen nada que ver con nosotros, ni comprendemos su significado. Me parece artificial. Es como ver a un japonés bailando flamenco -que también sea dicho, está en todo su derecho-.
En cualquier caso, a mi cuerpo le sienta genial esos ratitos –con y sin cánticos-, así que, que le quiten lo relajado. Va por él.
Me hace mucha gracia lo que cuentas. Pienso lo mismo, aunque no soy practicante de la cosa. No lo desprecio, ni me río de nadie, pero estamos a años luz de su cultura. Naturalmente, tenemos mucho que aprender, y ellos de nosotros (dicho sea de paso). Tengo un compañero que da clases y hace meditación; alguna vez le he comentado lo mismo que tú dices: hay mucha gente que va buscando un misticismo más o menos acartonado, postureo "pijipi", como lo llama una amiga. Por eso, cuando digo algo al respecto, pido perdón, porque lo conozco desde fuera, muy poco. De modo que me alegro de tu feliz sueño. Ommmmmm.
ResponderEliminarAtticus: ¡Jajaja! Y yo te confieso que cuando todo el mundo cierra los ojos y hace el "Ommm", yo abro los míos a ver si descubro a alguien que tampoco está muy cómodo con eso; pero nada, por el momento no ha habido manera.
ResponderEliminarEn cualquier caso, es algo tan inocuo, que me divierte más que otra cosa. Eso sí, que no me hagan comer coliflor, que entonces sí la tenemos.