sábado, 24 de marzo de 2018

EN CUERPO Y ALMA


Hace unos días estaba pensando en la relación que se crea con los diferentes médicos que te visitan en tu vida. Sí, sé que un médico es un profesional más, como puede ser el panadero o el cartero, pero al mismo tiempo, el vínculo que se crea es transcendental -sobre todo en casos de operaciones-. ¿Quién no se acuerda del nombre del médico que le operó de esto o de aquello?

Por ejemplo, hace un poco más de un año, tuve que pasar por una operación quirúrgica aquí en París. El problema fue detectado y valorado con antelación y la fecha fijada de antemano. La operación salió muy bien salvo una pérdida importante de sangre de la que no tardé en recuperarme. El caso es que un poco más de un año después, no guardamos ningún tipo de contacto con el médico que me operó, el responsable que hoy esté bien y contenta. Y sin embargo, esa persona abrió mi cuerpo, trabajó en él y lo cerró. En otras palabras, las huellas físicas de esa persona están en mí.

Por supuesto, todo es cuestión de perspectivas y hay diferentes profesiones que tienen un impacto importante en quienes somos: un buen profesor puede cambiar la manera de entender el mundo y por lo tanto nuestra vida futura al darnos alas, un arquitecto puede diseñar la casa en la que viviremos y tener para siempre su huella en nosotros, etc, etc. Pero sólo un médico llega a tener tu vida –física y mental- en su mano y nuestra existencia en momentos. Y sólo un buen médico llega a crear un eterno agradecimiento de poder estar aquí, la gente querida recibiendo los rayos de un sol tímido que inaugura el principio de la primavera.

sábado, 3 de marzo de 2018

EXTRAPOLACIÓN DEL APRENDIZAJE



Es curiosa cómo la vida está estructurada: nacemos, aprendemos a interaccionar con el mundo, y justo después, tenemos un tiempo de, digamos, unos 20 años para formar nuestras inquietudes, nuestras personalidades y trazar un plan de cómo va a ser la manera óptima de vivir la vida -o al menos intentar dirigir el timón hacia allí-. Todo esto, basándonos en nuestra idealista y sesgada del mundo de un lado, y en consejos que personas que han vivido antes que nosotros nos intentan traspasar.

Aún tengo que conocer la persona que haya seguido al pie de la letra estos consejos y los haya utilizado para labrarse su camino -afortunadamente-. Por mucho que esos consejos sean valiosos, y quizá las conclusiones sean las mismas que las que llegaremos nosotros 40 años más tarde -ser selectivo a la hora de adquirir amigos, experiencias, conocimiento, y hacerlo de la mejor calidad posible-, esa información está descontextualizada y sólo podemos empezar a mirar a los ojos a lo que esos consejos-perlas querían decir cuando individualmente hemos pasado por esa experiencia y llegamos a la misma conclusión.

Lo frustrante es que esta fase dura una enorme parte de la vida: 50, 60 años. Quizá sólo los años últimos donde las enfermedades suelen llegar son ya para cerrar asuntos con nosotros mismos.

Le llevo dando varias vueltas a esto últimamente, y, puesto que todavía estoy en, toco madera, lo que espero que sea mi mitad de vida al menos, me pregunto si no hay una manera de hackear esta calibración a posteriori. Digo yo, ¿no podríamos empezar a aprender desde ya de los errores que una persona de 60 años -que admiremos- cometa hoy para prevenirlos? ¿No podemos intentar extrapolar los aprendizajes pasados al futuro? ¿Quizá eso nos lleve hacia direcciones equivocadas o impropias que nos hagan profundamente infelices? (Porque reconozcámoslo, hay una satisfacción innata al cometer un error por hacer algo en lo que creíamos, aunque fuera falso. O, en otras palabras, ser idealista puede pasar factura, pero también proporciona mucha satisfacción.)

En cualquier caso, quizá planee algunos experimentos al respecto para salir de dudas ya afianzar más el terreno pantanoso de estas reflexiones… antes de que sea demasiado tarde.