Hace unos días estaba pensando en la relación que se crea con los diferentes médicos que te visitan en tu vida. Sí, sé que un médico es un profesional más, como puede ser el panadero o el cartero, pero al mismo tiempo, el vínculo que se crea es transcendental -sobre todo en casos de operaciones-. ¿Quién no se acuerda del nombre del médico que le operó de esto o de aquello?
Por ejemplo, hace un poco más de un año, tuve que pasar por una operación quirúrgica aquí en París. El problema fue detectado y valorado con antelación y la fecha fijada de antemano. La operación salió muy bien salvo una pérdida importante de sangre de la que no tardé en recuperarme. El caso es que un poco más de un año después, no guardamos ningún tipo de contacto con el médico que me operó, el responsable que hoy esté bien y contenta. Y sin embargo, esa persona abrió mi cuerpo, trabajó en él y lo cerró. En otras palabras, las huellas físicas de esa persona están en mí.
Por supuesto, todo es cuestión de perspectivas y hay diferentes profesiones que tienen un impacto importante en quienes somos: un buen profesor puede cambiar la manera de entender el mundo y por lo tanto nuestra vida futura al darnos alas, un arquitecto puede diseñar la casa en la que viviremos y tener para siempre su huella en nosotros, etc, etc. Pero sólo un médico llega a tener tu vida –física y mental- en su mano y nuestra existencia en momentos. Y sólo un buen médico llega a crear un eterno agradecimiento de poder estar aquí, la gente querida recibiendo los rayos de un sol tímido que inaugura el principio de la primavera.