domingo, 30 de septiembre de 2012

OTRAS DIMENSIONES



En el pasado fluye el río, la lluvia balbucea. El ayer es una envoltura de sucesos, de nunca más y todavía. Cuántos puentes habremos cruzado entre el descanso y el cansancio, entre el misterio y la revelación. Dicen que en el pasado crecen las semillas del futuro, pero en qué jardín, en qué cantero, si el futuro es cada vez más corto, más mezquino, más gravamen de rocas imbatibles.

Mario Benedetti. Vivir adrede.

martes, 25 de septiembre de 2012

EL SAMBÓDROMO DE LOS HIPOPÓTAMOS

Mi promesa de visitar y exprimir una de las múltiples maravillas desconocidas –para mí- que existen en nuestro planeta al año como mínimo sigue vigente… Así tras llenarme de experiencias maravillosas en países como Bolivia, Perú, Japón o Islandia, acabo de concluir otro de los que –de bien seguro- acabará siendo uno de mis viajes predilectos en mi vida: Brasil. Esa masa de tierra enorme y única -que parece encajar tan bien en el puzzle del Pangea con África oriental- ha recompensado con creces mis expectativas y mis ansias de exploradora.

Así, he aprendido que en torno al paralelo -23 existe un mundo nuevo repleto de algunas de las ciudades más grandes del mundo –la mitad de España tendría cabida sólo en Sao Paulo-, ciudades maravillosas, playas paradisíacas y vistas extraordinarias –gracias Maud por recomendarme tantos de estos sitios-. Que los habitantes del Río de Enero son los conocidos como Cariocas, no riojanos, que son rivales de los Paulistanos, que su caminar se puede descomponer en dos componentes principales: chulería y pachorra –gracias Airam, por encontrar esta verdad fundamental para la humanidad-, que en el barrio de Lapa se puede encontrar a seres que poseen músculos, tendones, huesos diferentes al resto de los mortales y los mueven con ritmos extraños, que los Brasileiros son de todos los colores de piel, ojos, cabellos. Que la música está en sus genes, en su vida, en sus calles.

Que a pesar del miedo autoimpuesto a la palabra favela, existen posadas donde cantan gallos a todas horas, con vistas a luces, sonidos y estrellas, que hacen querer abandonarlo todo y quedarnos allí para siempre -gracias Manu por conseguirlo-, que sus dueños son encantadores y risueños, que la luz grisácea que entra por la mañanas tiene algo de atemporal, de irreal. Que en ella puedes corear un me calaste hondo hasta la saciedad capaz de frenar el tiempo. Que aparentemente nada es lo que parece, la camarones son lo que para nosotros viene a ser gambas, los pasteles se refieren a empanadillas, los lagartos a tipos de carne, los chopps a cañas con espuma.

Que los conductores de autobús hubieran querido ser familia de Fernando Alonso, que pueden frenar en seco y hacerte saltar por los aires por haberse saltado la calle, que acelerar y frenar es su afición favorita, que encontrar un autobús para ir sitios tan turísticos como el Cristo del Corcovado es tremendamente difícil, que no existe ningún tipo de bono de transporte, que el precio del autobús varía en función lo nuevo que sea o si tiene o no aire acondicionado, que los taxistas dicen que saben donde están los sitios, pero luego preguntan a todo el mundo para saberlo, que existen otros que llevan una televisión incorporada donde pueden conducir y ver la noticias en tiempo real, que en los autobuses, por otra parte, te puedes actualizar del estado de tu telenovela favorita o bien saber que te deparará el futuro según tu horóscopo.

Que en la playa de Ipanema puedes danzar un pasodoble improvisado o meterte en el agua donde se sitúan los jugadores de volley playa para salir, cual desplazamiento espacio temporal, en el emplazamiento favorito de la comunidad gay, que todo está repleto de garotas y garotos buenorros donde hacen flexiones como el que no quiere la cosa en cualquier barra del paseo marítimo. Que algunos cuerpos de las playas parecen tallados con cincel, otros exhiben carne al peso como una carnicería, pero en ellas hay pocos complejos y muy poca tela. Que el bar donde Vinicius de Moraes creó la famosa canción todavía funciona, que poco más abajo se puede encontrar un bar mexicano donde los hombres genéticamente corpulentos inician ritos de apareamiento subiéndose a lianas. Que sentirte de vacaciones es tan fácil como pedirte un coco y beberte su agua, aprender a atravesar las olas por debajo, pedirte una piña colada o ponerte en la piel del protagonista del día del Hipopótamo.

Que el churrasquinho y la caipirinha están al orden del día. Que el sushi va camino de convertirse en producto nacional. Que la picanha y el sándwich de pollo con piña nunca defraudan. Que la comida en los restaurantes se suelen vender al peso, y que eso es una ideaca que debería exportarse. Que el sol quema demasiado, incluso en invierno y provoca en muchos casos la conversión de la guiri estándar en churrasquinha –con lechuga de las aguas de Copacabana-, que los vendedores ambulantes no son nada pesados y aceptan perfectamente un no como respuesta. Que falar en castellano muy despacio y contestar un obrigada al final es la manera oficial de comunicarse, mucho más útil que en inglés. Que el portugués se entiende muy bien escrito, no tan bien hablado.

Que en Brasil todo el mundo redondea el cambio a su favor sin ningún pudor. Que el papel de WC se tira a un cesto, no al WC. Que en la mitad del bus se encuentra a una persona en su trono junto a una barra giratoria para cobrar. Que el trabajo que hace una persona en Europa, lo hacen cuatro en Brasil. Que el Chaveiro es el trabajo de moda, que en Rio no debe ser un mal trabajo, a pesar de todo. Que al salir de las tiendas de música te desean alegria y felicidade. Que la librería Cultura de Sao Paulo es gigantesca y muy acogedora. Que en el barrio japonés de esta misma ciudad puedes descubrir mitos y leyendas que transcurren en cualquier parte del mundo. Que el autobús más cómodo que he probado en mi vida de Rio a Sao Paulo equivale a un vuelo de primera clase. Que encima tienen a Oliveirio, el etiquetador de maletas más salado del mundo.

Que en la estación de metro de Luz de Sao Paulo es imposible encontrar la salida, pero a cambio te puedes topar con un piano desvencijado. Que un poco más arriba, existe una estación preciosa donde uno puede quedarse a mirar embobado como la gente se agolpa ante las puertas para entrar una y otra vez. Que los brasileños celebran el amor, que en cada esquina, en cada playa, en cada bar, es muy probable toparse con una pareja dándose un buen beso de tornillo. Que se puede aprender a hablar –o gesticular- el sepio. Es más que me pueden llegar convencer que la sepia es una animal fascinante. Que el invierno en Brasil es de risa a 41 grados. Que precisamente por eso, o quizá no, los inviernos saben a veranos azules, eternos, felices.

Que el famosísimo Pan de Azúcar puede ser confundido con otros peñones como los Hermanos, que eso sólo los hace más únicos, más especiales. Que los peñones o colinas se les llama morros. Que una de las mayores atracciones de Río de Janeiro consiste en que ordas de turistas peregrinen un morro a contemplar una puesta de sol, que esto mismo proporciona esperanza en el género humano. Que otra puesta de sol asombrosa se da en Palaphita, un bar con sillas de madera y cojines de colores a la orilla de un lago rodeado de colinas –gracias Nathalie por el descubrimiento-. Que el bar Bracarense tiene un estilo castizo en plena zona pija de Rio de lo más agradable. Que en Lapa existe hostales para solteiros, sea eso lo que signifique. Que el barrio de Santa Teresa se asimila a un Montmatre con reminiscencias de Sacromonte desgastado. Que a sus pies, Lapa luce como una Habana llena de vida. Que en general, existe cierto estilo colonial que transmite la saudade típica de Lisboa. Que otros colonizadores son el banco Santander, que florecen en cada manzana como setas.

Que abandonar el país mientras se juega un clásico de las Américas: Brasil contra Argentina provoca un ataque de esa misma saudade que hace desear que cualquier volcán del mundo estalle unas horas antes para quedarte retenida en esas tierras.


Un largo viaje es también una suspensión en el vacío, por eso crea en ti una sensación de eternidad. El viaje es un espacio en permanente movimiento donde sólo parece detenerse tu propio tiempo interno. Observas, como un voyeur impúdico, cuanto sucede a a tu alrededor, y a la vez que te implicas, te asombras, te estremeces, sientes la ternura de los hombres y también el temor a lo imprevisto: te observas mientras miras fuera de ti.

Vagabundo en Africa. Javier Reverte

viernes, 7 de septiembre de 2012

EXPLORADORA



Mañana cruzo el charco de nuevo en dirección al continente de América de nuevo…. Pero esta vez, al Sur, a Brasil. Desde mi primera y única visita al Hemisferio Sur –Bolivia y Perú, uno de mis viajes predilectos sin lugar a duda- no he vuelto a pisar Sudamérica, aunque si he soñado a menudo con hacerlo.

Ahora que el destino me permite realizar este gran viaje, volvemos a recuperar el alma de exploradora: ¿Qué me deparara este singular país? ¿Me convertiré en la próxima Garota de Ipanema? ¿Volveré con ese delicioso acento -algo llorón-? ¿Mis –nulas- habilidades para la samba crecerán exponencialmente? ¿Me volveré adicta a las caipirinhas? ¿Volveré con una saudade inmensa por esos lugares extraños?

La respuesta a todo esto y más os la contaré en unos días. Sedme felices mientras tanto -y no dejéis de ver esta obra maestra de película-.

domingo, 2 de septiembre de 2012

OLEAJE



Un domingo de sol intenso, con tintes de fin de verano, con reminiscencias otoñales de esas un poco melancólicas, con desplazamientos de vida, de trastos y de almas encerradas en cajas por enésima vez… Una mezcla de trajín, cansancio, satisfacción y marejada por una corriente que no podemos controlar.

Por eso, una historia de mar, de corrientes, de barcos, de príncipes, princesas, de naufragios cerca de acantilados… coronado por un gran festival en Bagdad que es la Suite de Sherezade del gran Rimski Korsakov adereza perfectamente este instante. Recomendación: cerrad los ojos y dejar fluir la música por vuestro interior.

La música que arropaba misteriosamente todo cuanto hacíamos o decíamos. Fue entonces cuando intuí que todos nuestros movimientos, incluso los sentimientos, se producían mágicamente dentro de alguna sinfonía. Esa que luego, a retazos, reconocemos con los años, de donde brotan la añoranza o la memoria.

Ana María Matute. Paraíso inhabitado.