Así, he aprendido que en torno al paralelo -23 existe un mundo nuevo repleto de algunas de las ciudades más grandes del mundo –la mitad de España tendría cabida sólo en Sao Paulo-, ciudades maravillosas, playas paradisíacas y vistas extraordinarias –gracias Maud por recomendarme tantos de estos sitios-. Que los habitantes del Río de Enero son los conocidos como Cariocas, no riojanos, que son rivales de los Paulistanos, que su caminar se puede descomponer en dos componentes principales: chulería y pachorra –gracias Airam, por encontrar esta verdad fundamental para la humanidad-, que en el barrio de Lapa se puede encontrar a seres que poseen músculos, tendones, huesos diferentes al resto de los mortales y los mueven con ritmos extraños, que los Brasileiros son de todos los colores de piel, ojos, cabellos. Que la música está en sus genes, en su vida, en sus calles.
Que a pesar del miedo autoimpuesto a la palabra favela, existen posadas donde cantan gallos a todas horas, con vistas a luces, sonidos y estrellas, que hacen querer abandonarlo todo y quedarnos allí para siempre -gracias Manu por conseguirlo-, que sus dueños son encantadores y risueños, que la luz grisácea que entra por la mañanas tiene algo de atemporal, de irreal. Que en ella puedes corear un me calaste hondo hasta la saciedad capaz de frenar el tiempo. Que aparentemente nada es lo que parece, la camarones son lo que para nosotros viene a ser gambas, los pasteles se refieren a empanadillas, los lagartos a tipos de carne, los chopps a cañas con espuma.
Que en la playa de Ipanema puedes danzar un pasodoble improvisado o meterte en el agua donde se sitúan los jugadores de volley playa para salir, cual desplazamiento espacio temporal, en el emplazamiento favorito de la comunidad gay, que todo está repleto de garotas y garotos buenorros donde hacen flexiones como el que no quiere la cosa en cualquier barra del paseo marítimo. Que algunos cuerpos de las playas parecen tallados con cincel, otros exhiben carne al peso como una carnicería, pero en ellas hay pocos complejos y muy poca tela. Que el bar donde Vinicius de Moraes creó la famosa canción todavía funciona, que poco más abajo se puede encontrar un bar mexicano donde los hombres genéticamente corpulentos inician ritos de apareamiento subiéndose a lianas. Que sentirte de vacaciones es tan fácil como pedirte un coco y beberte su agua, aprender a atravesar las olas por debajo, pedirte una piña colada o ponerte en la piel del protagonista del día del Hipopótamo.
Que el churrasquinho y la caipirinha están al orden del día. Que el sushi va camino de convertirse en producto nacional. Que la picanha y el sándwich de pollo con piña nunca defraudan. Que la comida en los restaurantes se suelen vender al peso, y que eso es una ideaca que debería exportarse. Que el sol quema demasiado, incluso en invierno y provoca en muchos casos la conversión de la guiri estándar en churrasquinha –con lechuga de las aguas de Copacabana-, que los vendedores ambulantes no son nada pesados y aceptan perfectamente un no como respuesta. Que falar en castellano muy despacio y contestar un obrigada al final es la manera oficial de comunicarse, mucho más útil que en inglés. Que el portugués se entiende muy bien escrito, no tan bien hablado.
Que en Brasil todo el mundo redondea el cambio a su favor sin ningún pudor. Que el papel de WC se tira a un cesto, no al WC. Que en la mitad del bus se encuentra a una persona en su trono junto a una barra giratoria para cobrar. Que el trabajo que hace una persona en Europa, lo hacen cuatro en Brasil. Que el Chaveiro es el trabajo de moda, que en Rio no debe ser un mal trabajo, a pesar de todo. Que al salir de las tiendas de música te desean alegria y felicidade. Que la librería Cultura de Sao Paulo es gigantesca y muy acogedora. Que en el barrio japonés de esta misma ciudad puedes descubrir mitos y leyendas que transcurren en cualquier parte del mundo. Que el autobús más cómodo que he probado en mi vida de Rio a Sao Paulo equivale a un vuelo de primera clase. Que encima tienen a Oliveirio, el etiquetador de maletas más salado del mundo.
Que en la estación de metro de Luz de Sao Paulo es imposible encontrar la salida, pero a cambio te puedes topar con un piano desvencijado. Que un poco más arriba, existe una estación preciosa donde uno puede quedarse a mirar embobado como la gente se agolpa ante las puertas para entrar una y otra vez. Que los brasileños celebran el amor, que en cada esquina, en cada playa, en cada bar, es muy probable toparse con una pareja dándose un buen beso de tornillo. Que se puede aprender a hablar –o gesticular- el sepio. Es más que me pueden llegar convencer que la sepia es una animal fascinante. Que el invierno en Brasil es de risa a 41 grados. Que precisamente por eso, o quizá no, los inviernos saben a veranos azules, eternos, felices.
Que abandonar el país mientras se juega un clásico de las Américas: Brasil contra Argentina provoca un ataque de esa misma saudade que hace desear que cualquier volcán del mundo estalle unas horas antes para quedarte retenida en esas tierras.
Un largo viaje es también una suspensión en el vacío, por eso crea en ti una sensación de eternidad. El viaje es un espacio en permanente movimiento donde sólo parece detenerse tu propio tiempo interno. Observas, como un voyeur impúdico, cuanto sucede a a tu alrededor, y a la vez que te implicas, te asombras, te estremeces, sientes la ternura de los hombres y también el temor a lo imprevisto: te observas mientras miras fuera de ti.
Vagabundo en Africa. Javier Reverte
Ole !
ResponderEliminarSolo queda añadir una buena banda sonora a este torbellino de sensaciones que nos has regalado ! Gracias !
http://www.youtube.com/watch?v=Yw5L5exltgU
Gracias por acercarnos Brasil de una manera tan especial, qué bien sabes describir y hacer llegar las cosas. GRACIAS BONITA!
ResponderEliminarUn besazo!
Anita
Manu: Fantástica banda sonora, antes me recordaba a tí. Ahora me recuerda a tí y a Lapa. ¡Gracias a tí! Un besazo.
ResponderEliminarAnita: Gracias a tí preciosa, por saber escuchar y entender mis alegrías. ¡Otro besazo!