Pensado sobre esto, soy consciente de que a mi espíritu explorador le encanta conocer sitios nuevos, se muere de ganas de quedarse sin aliento ante lugares espectaculares, de tener experiencias diferentes, y es por eso que el nivel de expectativas baja un poco las segundas y siguientes veces que se visita un sitio, ya que ya conoces cómo es y qué es lo que te vas a encontrar el sitio re-visitado.
Sin embargo, es cuando vuelves a esos sitios sin tantas ansias de exploración, intentando disfrutarlos pero sin alejarte demasiado de tu cotidianidad, cuando descubres el auténtico ritmo de los sitios. En el caso particular de mi re-visita brasileña, esta vez ha habido varias cenas en casas de amigos –un besazo desde aquí a Nathalie, Cristina, Aldée, Arianna y Jonathan- muchos conciertos de chorinho, paseos por los barrios más auténticos y menos turísticos, cafés en sitios pequeños y con vistas preciosas, puestas de sol compartidas con muchos otros ciudadanos en torno a unas cervezas frescas… También, desde luego, descubres la cara menos amable: los atascos, el mal funcionamiento de los transportes, la impuntualidad de las gentes… Pero resulta que, el bosquejo final de esos lugares adquiere un tono más humano, sin perder su auténtica belleza, con sus arrugas, sus canas y sus cicatrices, convirtiéndolo así en un amigo querido más.
Por otra parte, ayer, en mi vuelo transoceánico cuando pasaba de ese verano agonizante a una primavera tímida, notaba que París y yo hemos construido una relación de amistad poco a poco -teñida de cierto enamoramiento, es cierto-, y así, tuve esa extraña sensación de que estad ciudad maravillosa, me acogía con familiaridad y me volvía a engullir con un abrazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario