lunes, 3 de marzo de 2014

EL TIEMPO RECICLADO

Hacía casi diez años que no vivía en una ciudad grandecita y no me acordaba de lo que significaba necesitar entre 30 a 45 minutos para llegar de tu casa al trabajo o, de hecho, a casi cualquier sitio. Mucha gente considera éste el motivo principal por el que no quiere vivir en una ciudad tamaño XXL, sin embargo, creo que –como todo en esta vida- también se le puede mirar el lado positivo de esos ratos y usarlo a nuestro favor.

Por ejemplo, en mi trayecto matutino donde estoy más despejada y mentalmente activa, tengo mi kit de metro listo y en cuanto me siento aprovecho para leer un artículo de trabajo, un documento que exige alta concentración o, mejor todavía, reflexionar sobre algo que no funcionaba el día anterior y no sabes porqué. Impresionante. En esta época en la que estamos rodeados de cachivaches electrónicos, ya no tenemos tiempo para, simplemente, pensar: en porqué salen o no las cosas, en cual es la mejor estrategia a seguir ante un problema, en qué pruebas se pueden hacer para solucionar algo que no entiendes… La verdad es que, estoy sorprendida de lo productivas que están siendo esas mañanas. Se me han ocurrido algunas ideas originales, y eso es porque, me niego a mirar Internet desde el móvil –cosa que gran parte del resto del vagón no comparte conmigo-.

Cuando vuelvo a casa por la noche, o ya por la tarde, voy a otro sitio, mi mente está bastante saturada de pensar, así que ahí le espera un libro básico y tontorrón en el idioma con el que estoy en proceso de inmersión ahora mismo: el francés. Hace poco me acabé El petit Nicolás, libro entrañable y graciosísimo donde los haya, y no sólo he aprendido vocabulario básico de un niño francés de siete años sino que, en más de una ocasión me ha sacado una sonrisa, sino una carcajada.

También, muy de vez en cuando, estoy tan tan cansada que ni soy capaz de hacer el esfuerzo de leer en otro idioma, en ese caso, suelo tomar el autobús –sí, aunque sea más lento y de más vuelta, ¿y qué?- pongo el modo ‘mente en blanco’ , y voy contemplando las maravillas de esta ciudad que me vuelve loca. Sin analizar, sin reflexionar, simplemente mirando, absorbiendo, disfrutando… Y miro a mi alrededor y descubro alguna que otra sonrisa de admiración cuando pasamos frente a, qué se yo, Notre Damme, o miradas de cansancio, o curiosidad o…. Y me gusta pensar que somos náufragos en ese mismo autobús, en el medio de una ciudad de ensueño, tratando –con desgana- de volver a casa.

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