El otro día quedé a cenar con Chantal, la que fue mi supervisora hace ya ocho años, cuando hice en Paris una estancia de dos meses y me enamoré perdidamente de esta ciudad. Como cualquier ocasión en la que la vida te permite juntarte con un buen amigo para compartir el pan y la alegría, la noche se llenó de risas, guiños y algún que otro divertido malentendido lingüístico. De vuelta a casa, empecé a repasar los movimientos de mi particular jugada de ajedrez que me había colocado en esta posición privilegiada del tablero. Me di cuenta lo poquito que hace falta para que la vida de un vuelco de muchos grados.
He aquí el relato de la jugada de Paris: Cuando yo hacía el doctorado, mi director decidió de repente que Paris podía ser un sitio para hacer una estancia. Así, escribió un correo a Florence, una científica que trabajaba en un centro de investigación y le preguntó si le parecía bien. Las circunstancias hicieron que Florence no leyera el correo hasta una semana más tarde y, mi jefe, al ver no que no contestaba, perdió la paciencia y contactó con Chantal, quien contestó ipso-facto. Ese movimiento cambió una gran cantidad de cosas en mi vida. Aquí conocía a grandes amigos que han seguido a mi lado todos estos años –Manu, Juan, Myriam… un besazo desde aquí -, fui enormemente feliz a la orilla del Sena, conocí la locura, la libertad y el arte en primera persona y me propuse que tarde o temprano viviría en esta ciudad… y como buena aragonesa tozuda que soy, aquí estoy.
Y una no puede dejar de pensar lo sutil de los movimientos del destino. Si Florence hubiera contestado al día siguiente, habría hecho la estancia con ella y quizá no hubiera saboreado mi estancia como lo hice, quizá no me hubiera alcanzado la flecha de esta ciudad como lo hizo, quizá nunca hubiera conocido a las personas maravillosa que conocí… o quizá si. ¿Quién sabe?
El caso es que el día en que Chantal vino a la lectura de mi tesis como miembro del tribunal, me di cuenta de que las personas que te cruzas en el camino son, de una manera u otra, imprescindibles, que dejar de hacer pequeñas cosas porque “no pasa nada” o hacer aquellas que cuestan poco esfuerzo, son precisamente las más cruciales, y que nada pasa porque sí.
Me quedo con las palabras del último párrafo... Ahora que mi vida es una incertidumbre absoluta, como la de un barquito de papel perdido en medio del mar, dos personas a las que quiero muchísimo me dijeron que no dejara de hacer esas "cosas pequeñas" que son las que realmente me gustan y... Llevo aquí y "Toma el timón", "las cosas que cuestan poco esfuerzo son precisamente las más cruciales"... ¿Una señal? ¿La vida me está hablando? ¡Abrazos, Timonera!
ResponderEliminarLuz: Disfruta de esos momentos de incertidumbre. Hay demasiada gente que no los ha vivido nunca cuando es una de las sensaciones más terroríficas, a la par que increíble, la de saber que estás haciendo las cosas bien y sólo hay que esperar a que el destino te desembarque en una playa a su elección.
ResponderEliminarLa vida a veces nos parece difícil, pero si algo nos salva son esas pequeñas cosas que nos devuelven a nuestro centro, a reafirmarnos quienes somos de verdad. Hay que construirse a gusto de cada uno, seguro que tarde o temprano llega aquel que esté buscando exactamente eso. No estás sola, Luz. ¡Muchos ánimos y adelante!
¡Mil gracias, Timonera! ¡Por algo me paso por aquí! ;-P Jajaja ;-) ¡Abrazos!
ResponderEliminarLuz: ¡Qué bien! ¡Aquí te esperamos entonces! Abrazos.
ResponderEliminarMe he quedado maravillada con todo lo que he encontrado en este blog. Tengo mucho por leer. Gracias por compartir Timonera.
ResponderEliminarAnónimo: ¡Muchas gracias por tus palabras! Bienvenida a este barco. Cuando quieras volver a pasarte y a comentar, te recibiremos con los brazos abiertos. Un abrazo y hasta pronto.
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