De todos es sabido que cada cultura tiene sus curiosidades, particularidades y diferencias que, precisamente, la hace única. Esas identidades, pueden ir desde minúsculas e imperceptibles variaciones de lo cotidiano, hasta enormes giros del pensamiento que en efecto, cambia, la manera en que vemos todo.
Tras mi experiencia en E.E.U.U., donde ya me calcé mis gafas de exploradora y me dispuse a vigilar de cerca esas costumbres bizarras –o no, todo depende de cual sea el sistema en reposo-, en Francia este proceso es mucho más sutil ya que la brecha cultura es muchísimo más estrecha.
Una de estos minúsculo detalles que observo prácticamente todos los días es la destreza con que las mujeres francesas se maquillan. Armadas de un pequeño estuche de maquillaje: una sombra, un lápiz de ojos, un pincel, un rimel o una barra de labios; aprovechan cualquier instante desaprovechado para maquillarse o retocarse, como si estuvieran en el tocador de su casa. Para mí, esto es algo que siempre he visto en películas de otra época y lo encontraba acorde a esos años: la mujer debe estar impecable para que sea agradable a la vista… Mientras que el hombre, no se le ocurriría peinarse o afeitarse en público jamás. Sin embargo, ¿en el siglo XXI?
Intentando entender esta costumbre –si es que hay algo que entender, a veces las costumbres son sólo eso-, me pregunto si no tendrá quizá un toque reivindicativo. Por ejemplo, me imagino una de estas chicas pensado: “no necesito salir de casa arreglada –la destreza con que manejan el rimel hace que en 2 minutos estén listas, y también que no pierdan un ojo en cualquier frenazo del metro-, sino que puedo elegir qué momento de mi vida hacerlo”…
En mi caso, me causa incluso rubor la simple idea de hacerlo. ¿Quién sabe? Exhibir a un público anónimo tus rituales diarios quizá sea la mejor manera de vencer el miedo escénico a cualquier cosa que nos propongamos en la vida.
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