Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años, puebla un espacio de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.
J.L Borges
El pasado viernes fue la Noche de los Investigadores en toda Europa. Esta actividad, consiste en que los científicos salgamos a la calle, o al menos en sentido figurado. Más al norte, el clima obliga a que el público venga bajo nuestros techos y contacte, dialogue, aprenda, y se sorprenda de que un científico puede ser una persona y, qué se yo, hasta tener sentido del humor. Para los que tengáis hijos, nada mejor para un peque en la fase del eterno ¿porqué?.
En mi caso, este año participé en un reencuentro de investigadores extranjeros en París, en el que, una decena de nosotros, hablábamos unos 10 minutos con personas individuales de un público curioso que se interesaba por cosas que iban desde qué es lo que hacíamos en nuestro trabajo hasta si existen o no los multiversos. La verdad es que fue una experiencia curiosa, entre otras cosas al comparar las conductas y comportamientos de un público francés, mucho más refinado y políticamente correcto, frente al que había lidiado otros años en Granada.
Además de esto, hubieron otra series de eventos. En particular, me gustó mucho la exposición audiovisual titulada 1 minuto, de la que aquí podéis encontrar más información. En este experimento, se pedía a una muestra de personas que cerraran los ojos simultáneamente y que al acabar de contar mentalmente un minuto abrieran los ojos. Con este simple ejercicio, se demostraban cosas sorprendentes como que, por ejemplo, hay diferencias importantes en la percepción del tiempo entre el sexo femenino y masculino o entre la gente anciana o jóven -la gente mayor tendía a hacer el minuto más largo, es decir cuanto más mayor, el tiempo pasa muy rápido-. En otras palabras, este experimento demostraba de manera científica, que el paso del tiempo a diferentes ritmos no es algo subjetivo sino que depende de muchos factores.
En cualquier caso, descubrir una parte del mundo que nos sorprenda, nos anime, nos divierta o nos anime a saber más es siempre una buena idea, y yo diría un gran logro. Aquí y en la conchinchina. Desde aquí os animo a que os marquéis el 25 de septiembre de los próximos años en vuestro calendarios.
Ya estamos de vuelta de una escapada a Estocolmo, Suecia, uno de los países de la Escandinavia –ese norte de Europa tan grande y presumiblemente tan frío-. Aunque corto, ha sido un viaje realmente intenso y plagado de aventuras.
En Estocolmo he aprendido, que el señor responsable del síndrome -y de la canción de Muse- y sus descendientes se pasean por ahí saludando a los lugareños; que al lado del aeropuerto de Arlanda, una puede dormir en un avión Jumbo único en el mundo, que los suecos son afables, de naturaleza bondadosa y muy amigables –hicimos una media de tres amigos por hora-; que el frío polar es inexistente –al menos en septiembre- y a cambio, puedes pasearte en camiseta sin ningún problema. Que los suecos hablan increíblemente bien inglés –con un acento de lo más british que impresiona-, que además, son capaces de entender el nombre de islas-dormitorio con balbucear algo que sólo se parece muy remotamente.
Que Estocolmo recuerda un poco a Venecia y a Berlín –va a ser que Europa al final se parece mucho-, que Galma Stan es el centro muy centro donde se pasa en torno a 200 veces al día, que si uno se descuida puede acabar comiendo en el mismo sitio –con lámparas de diseño y cuadros siniestros- una y otra vez, que dormir en hoteles-cárceles tiene su aquello, con sus guillotinas como espejos y barrotes en las ventanas, que todo cuesta demasiadas coronas –incluso si se pasan a euros-, que el Vasamuseet -un enorme museo que contiene a un barco gigantesco- es curioso e indescriptible.
Que el Globen Arena es una especie de telescopio gigante visto desde fuera, que las medidas de seguridad por defecto son algo ingenuas, que pasarse seis horas con un posible psicópata con tan sólo suministro de cerveza tiene su aquello, que las madres suecas protegen a sus polluelos con una fortaleza maravillosa, que en los restaurantes post-conciertos te encuentras a amigos espontáneos que te aconsejan la pizza que debes tomar, que tener a Bono y sus chicos a menos de dos metros durante dos horas es un record mundial que jamás será superable, que la edad avanza, inexorable, pero el rock’n’roll no, que en todas partes te encuentras el típico colega de trabajo que aprovecha un rato muerto para leerse un articulito de nada, que existen australianos que aparecen como ángeles de la guarda y te regalan una entrada sin ton ni son, que junto con Anne y el maravilloso ticket man forman el podium de nuestra eterna gratitud. Que decirle “This is bullshit!” al presidente de LiveNation con educación y razón nos hace inflarnos de orgullo amiguil.
Que unos días en Estocolmo inspiran a cualquiera.
Desde aquí un abrazo a Patri, Carlo, Salo, Paula, Josan y Javi. Y muchos besos para Jarita, Manuel e Ingrid. Nos vemos en la próxima.
Y lo bien que sientan unos días improvisados de vacaciones, con amigos antiguos, en sitios nuevos, en medio del huracán enarbolado de comienzos escolares que tiene septiembre…
Así que aquí estamos, bien abrigados, desempolvando la colección de discos de U2 –no en vano, tenemos una cita con ellos- y lanzándonos rumbo a Estocolmo, a ver qué nos depara ese norte tan norte. Desde aquí, un abrazote a Jara, a quien echaremos mucho de menos.
Tanto temer la piel y sus orificios. Tanto imaginar dolores y vergüenzas cuando la sexualidad me había parecido llena de lucidez; una revelación de la intimidad entre el cuerpo y el espíritu. ¿Cómo no iba a maravillarme ver mi cuerpo actuar instintivamente seguro de sus movimientos? ¿Ver la sincronía entre piel y pensamiento? Era como encontrar un viejo mapa hundido en el inconsciente. O toparse con la lámpara de Aladino y sentir al genio salir del ombligo al primer roce, para hacer realidad el deseo y la fantasía.
A finales de julio, realicé un viaje relámpago a la costa este de los Estados Unidos, en concreto, a Baltimore –Baltimás, para los amigos-, una ciudad donde pasé dos meses de estancia allá por el 2007, cuando este blog, ni siquiera existía.
Además del revoltijo de emociones encontradas y jetlag que experimenté –eso será el tema de otro día-, tuve el placer de reencontrarme con un amigo, mentor, colaborador, científico brillante, buena persona y ángel con patas: Holland. Es más, tuve la suerte de compartir una agradable velada con él y su mujer en su casa, degustando un salmón a la barbacoa –esa fantástica cocina art nouveau de los estadounidenses que han visto mundo-.
El caso es, que en esa velada y a pesar de los ya ocho años de amistad con Holland, descubrí que hay personas que pasan por la vida haciendo bien a los demás. Y sin darle demasiada importancia. Son amables, intentan cuidar y ayudar a los más desprotegidos –como lo era yo, a punto de acabar la tesis- y son terriblemente modestos. En cierta manera, eso ya lo sabía. Lo que no sabía es la increíble historia de sus cuatro hijos.
Holland y Marylin tienen cuatro retoños, lo cual si bien es algo cada vez menos común en nuestros días, no es significantemente llamativo. Sin embargo, con un vinito en mano, descubrí que sus hijos no son biológicamente hermanos, de hecho, sólo dos de ellos lo son. Como el mismo me narró, me contó que al poco de casarse, su mujer y él estaban impacientes por tener hijos, así que decidieron ir al orfanato y adoptar. Allí, les propusieron una chica para llevársela “puesta”, ya que para los chicos había cola de tres años –y de esto hace menos de cuarenta años en un país del primer mundo, cuidadín-. Allí adoptaron a Molly, su primera hija, justo después de saber que iban a ser padres de nuevo siete meses más tarde biológicamente.
Con dos hijos bajo su techo, tres años más tarde tuvieron una llamada del orfanato diciéndoles que teñían una niña mentalmente discapacitada abandonada por su madre alcohólica que nadie quería. En cuestión de minutos, decidieron adoptarla. Finalmente, un par de años después llegó su cuarto hijo. A día de hoy tienen doce nietos.
Esta historia me sobrecogió sobremanera. Su manera de vivir me parece generosísima. Sin necesidad de irse al tercer mundo. Ahí, en su misma puerta, fueron capaces de adoptar, no sólo a niños risueños, sino también a los que tiene problemas y lo necesitan.
Y aunque me parece y toda la vida me parecerá admirable lo que hicieron, me encaja perfectamente con su persona. Hablando de otras cosas, el mismo Holland me contó que, él cuando muriera no quería todas esas medallas que acumulaban polvo en su despacho –fue la primera persona que diseñó la primera cámara en un telescopio espacial, por ejemplo- sino que quería haber hecho feliz a muchas personas. Gracias por todas esas lecciones en la mitad de la vida.
Desde aquí, un abrazo grande y por muchos años más, Holland.
Pensó que no había mirada más sin dueño que la de un niño jugando. Con la taza en los labios, se preguntó por qué un adulto estaba preparado para el odio de otro adulto, pero no para la indiferencia de un niño. El viajero del siglo. Andrés Neuman
Desde aquí, un abrazo para todos los refugiados, sirios, y de cualquier otro lugar.
En estas páginas hay espacio para la reflexión, las bitácoras, los viajes estelares y los terrenales, las experiencias compartidas y todos aquellos instantes que hacen cada sitio, cada momento de nuestra vida, un lugar inolvidable. Bienvenid@.
We do not grow absolutely, chronologically. We grow sometimes in one dimension, and not in another; unevenly. We grow partially. We are relative. We are mature in one realm, childish in another. The past, present, and future mingle and pull us backward, forward, or fix us in the present. We are made up of layers, cells, constellations.
Anaïs Nin