Tras una multitud de kilómetros condensados en pocos meses por viajes de trabajo –el eterno verano de Brasil, el otoño de Paris, la luz de Lisboa, el otoño de Paris, el paraíso de Mykonos y el despiadado calor de Atenas, el otoño de Paris, y camino hacia un Bilbao ardiente, con un día de vuelta al otoño parisino el sábado-, este domingo próximo, por fin hago un viaje, pero de los de disfrutar, de los de dejar el ordenador en casa, planear una meticulosa maleta a base de utensilios de montaña, paseos por lo viñedos e incluso algún vestido por su fuera necesario echar un baile, dejar bien guardado en un cajón el estrés y partir de vacaciones.
¿Que a dónde voy? A realizar un viaje deseado y soñado desde hace muchos años. A volver a reencontrarme con mi alma de exploradora –vapuleada por tanto hotel mimético y sin personalidad de usar y olvidar de los congresos-, a respirar aire puro, a observar cielos nuevos, a dejar discurrir el tiempo a su ritmo, a dejarse broncear la piel y cortarse los labios con suavidad, a conversar con gente diferente, a minimizarme durante tres semanas en una cultura cercana y lejana. Me voy a Argentina.
A la vuelta, os contaré sobre esos mundos. Sobre las montañas majestuosas y los desiertos en las alturas. Sobre temperaturas gélidas y gentes cálidas. En una semanita –lo anuncio desde ya, porque esta semana estaré desbordada-, en este blog cerramos por vacaciones. Que disfrutéis las vuestras, allá donde estéis.
Te gustaría sumar las horas que has pasado viajando a esos sitios [...], pero no sabrías cómo empezar, has perdido la pista de cuántos viajes has hecho por Estados Unidos, no tienes idea de cuántas veces has salido de Norteamérica para ir al extranjero, y por tanto jamás hallarás el número exacto ni aproximado de los miles de horas de tu vida que has pasado entre un sitio y otro, yendo y viniendo, las montañas de tiempo que has dedicado a ir en aviones, autobuses, trenes y coches, el tiempo desperdiciado en esforzarte por vencer los efectos del desfase horario, el aburrimiento de esperar a que anuncien tu vuelo en los aeropuertos, el tedio mortal de estar frente a la cinta de los equipajes mientras esperas a que tu maleta caiga por la rampa, pero nada te resulta más desconcertante que viajar en el avión mismo, esa extraña sensación de estar en ninguna parte que te envuelve cada vez que pones le pie en la cabina, la irrealidad de verte propulsado por el espacio a más de mil kilómetros por hora, tan lejos del suelo que empiezas a perder la impresión de tu misma realidad, como si el hecho de tu propia existencia se te fuera espaciando poco a poco,, pero tal es el precio que pagas por salir de casa, y mientras continúes viajando, esa ninguna parte que se encuentra entre el aquí de casa y el allí de algún sitio seguirá siendo uno de los lugares donde vives.
Diario de invierno. Paul Auster
Ah, que maravilla lo que cuentas. Entiendo perfectamente lo que diferencias: por un lado está el trabajo y por otro los viajes, los Viajes, esos en los que no hay ordenador, obligaciones, horarios de fichar...
ResponderEliminarY que sepas que me das envidia. Algún día iré por allá. Porque mi cultura literaria tiene mucho de argentino. Espero que a tu vuelta sigas escribiendo cosas tan interesantes.
Atticus: ¡Gracias! Si, en efecto, hay cosas: el descanso, las vacaciones, los viajes... que tienen tantas definiciones como personas.
ResponderEliminarUn gran porcentaje de mis libros favoritos son de autores argentinos también. Y sospecho que algunos de ellos coinciden con los tuyos -sólo algunos, que también tenemos una buena tasa de discordancia-. Espero poder tener tiempo para visitar librerías allá, y si son hexagonales, mejor.