domingo, 20 de noviembre de 2011

EL SUFRAGIO UNIVERSAL

Hace unos minutos acabo de venir de ejercer mi derecho al voto. Por mucho que la frase suene mucho más rimbombante que la simple palabra votar, me gusta remarcarla, saborearla, tomar conciencia de todo su significado. El sufragio Universal. Guau.

El día de las elecciones es uno de esos días en los que te puedes perder y maravillar con millones de reflexiones –dejando a un lado las meramente políticas-. Por ejemplo, ¿no es maravilloso que yo, mujer española del siglo XXI, acuda a votar con todo mi derecho, sin ninguna objeción por parte de nadie cuando hace menos de 40 años no hubiera podido hacerlo? ¿No es triste y apesadumbrador pensar la cantidad de países en que todavía muchas mujeres o clases sociales no pueden hacerlo? ¿No es curioso como la población puede movilizarse y organizarse cuando se trata de cambiar una pequeña parte del mundo? ¿No es escalofriante la cantidad de información, arte, creatividad de la que disponemos para expresarnos? ¿No es admirable que a veces existan personas con buena voluntad, ideas y predisposición para hacer las cosas bien? ¿No es alucinante como millones de seres individuales podemos ser a la vez lo más importante y lo más insignificante del Universo? Y la más espasmódica, ¿no es increíble que a pesar de nuestra propiedad humana de equivocarnos una y otra vez, no sólo no nos hayamos estrellado unas cuantos millones de veces ya, sino que además somos capaces de producir un orden que aparentemente funciona?

Ya, ya, que la jornada de reflexión fue ayer. Pero es que los días solemnes como éste dan mucho de sí. Y tampoco he vivido tantos.

Como los demás presidentes de mesa de la ciudad, este de la asamblea electoral número catorce tenía clara conciencia de que estaba viviendo un momento histórico único. Cuando ya iba la noche muy avanzada, después de que el ministerio del interior hubiera prorrogado dos horas el término de la votación, periodo al que fue necesario añadirle media hora más para que los electores que se apiñaban dentro del edificio pudiesen ejercer su derecho de voto, cuando por fin los miembros de la mesa y los interventores de los partidos, extenuados y hambrientos, se encontraron delante de la montaña de papeletas que habían sido extraídas de las dos urnas, la segunda requerida de urgencia al ministerio, la grandiosidad de la tarea que tenían por delante los hizo estremecerse de una emoción que no dudaremos en llamar épica, o heroica, como si los manes de la patria, redivivos, se hubiesen mágicamente materializado en aquellos papeles.

Uno de esos papeles era el de la mujer del presidente. Vino conducida por un impulso que la obligó a salir del cine, pasó horas en una fila que avanzaba con la lentitud del caracol, y cuando finalmente se encontró frente al marido, cuando oyó pronunciar su nombre, sintió en el corazón algo que tal vez fuese la sombra de una felicidad antigua, nada más que la sombra, pero, aun así, pensó que sólo por eso había merecido la pena venir aquí.

Ensayo sobre la lucidez, José Saramago

2 comentarios:

  1. Yo tengo dos momentos preferidos. El paseo por la mañana hasta el colegio, en el que se respira más complicidad y cordialidad que ningún otro día (porque eso es lo que somos, compañeros, votemos a unos, a otros, nulo o en blanco).

    El segundo es simple vicio, porque la política me asquea un poco. Es el recital de números, circunscripciones, porcentajes y demás. No sé por qué, pero me atrae. Igual que en Eurovisión prefería las votaciones a las canciones.

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  2. HombreRevenido: Comparto los dos al 100%. Qué decir de ese ascenso del porcentaje de escrutinio, mientras los escaños oscilan, aunque poco...

    Si, si, ambos son momentos que derrochan complicidad, solemnidad y manojo de nervios en el estómago... (Aunque los resultados estén cantados de antemano).

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