La vida sabe bien como agitarnos. A modo de mecanismo de supervivencia –o colleja de madraza-, nos va provocando una saturación de los sentidos que nos puede cegar, exaltar, entristecer profundamente para acabar presionando el detonante de la necesidad de reflexión. Para hacernos parar un segundo nuestra vida incesante, examinar donde estamos en ese instante y decidir si es ahí donde queremos estar.
Sólo después de ordenar lo que ocurre, y analizar nuestro grado de satisfacción, somos capaces de poner solución a nuestros problemas. Porque siempre, siempre, hay una solución a todo. No mirarle la cara al problema es malgastar una oportunidad tremenda de sobrepasarnos a nosotros mismos. Tener una visión clara del problema, es lo que nos lleva a examinar las diferentes vías de la solución y escoger la que más nos convenga.
Entonces, sólo entonces, podemos volver a zambullirnos en la vida de nuevo. Con la serenidad de haber cumplido con nuestra parte de responsabilidad: velar por nuestra integridad, por nuestra felicidad. Motivos más que suficientes para alzar la copa y hacer un
brindis por ello.
Hola, amiga, alguien te ha dicho que debiste ser sicologa en una vida anterior? Con lagrimas en los ojos te digo que nunca vi consejo sabio como este.
ResponderEliminarAnónimo/a: Hola,
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegro de que haya podido ayudarte. Más que consejos, esto son reflexiones que la vida te va enseñando poquito a poco.
Un abrazo