domingo, 17 de marzo de 2013

TABERNAS DEL BESO

Ay, que nos acercamos a la primavera, ese mes donde todo florece, donde el Sol ya calienta… y a mí me apetece hablar hoy del beso. Si, si, habéis oído bien.



Tomaros unos minutos y repasad mentalmente algunos de los besos que habéis dado o recibido en vuestra vida. Bien, ahora que ya estáis con la sonrisa en los labios y el rubor en las mejillas, ¿no os habéis planteado nunca cual es la mecánica del beso? ¿Porqué cuando alguien te besa (o besas a alguien), eres incapaz de reproducir los microsegundos anteriores a él? O todavía más básico, ¿porqué queremos besarnos? Si lo pensamos bien, no es más que un intercambio –bastante antihigiénico- de salivas que, obviamente, nos produce placer, pero desde luego no es el único punto de nuestro cuerpo que lo proporciona, ¿porqué entonces, es lo primero que queremos hacer con la persona que nos gusta?.

Bien, como dice un buen amigo, cualquier cosa absurda que hayas podido pensar, la ha pensado antes alguien, así que, esto no iba a ser menos, y haciendo una búsqueda rápida en Internet, encuentro multitud de posibles teorías que responden a esta pregunta… Algunas son de carácter evolutivo, otras sociales y otras incluso instintivas a nuestro mecanismo de reproducción. Aquí podéis encontrar un resumen que no voy a escribir.

Sea cual sea la teoría que explica su existencia, lo que más me fascina es que un beso es algo que como humanos descubrimos y practicamos desde muy temprana edad, un punto de inflexión, un preámbulo ante la continuación que le sigue. Somos capaces de engancharnos a ellos ya muy pronto –sin ir más lejos, dispongo de una colección de mejores besos de mi humilde historia- y en mi caso, creo que un buen beso es una de las cosas que más me gusta en este mundo, muy por encima de algunas otras.

Atreveros a rememorar vuestra historia besil, no seáis tímidos. Es más, derrochémoslos y multipliquémoslos.

Y antes de darme tiempo a contestar, se inclinó y me besó en la boca, y sentí en su beso escarnio y antagonismo. Todo parecía tan fuera de lugar que me incorporé, tratando de formular un reproche. Pero a partir de ese instante sus besos fueron como profundas puñaladas, suaves y jadeantes, puntuando la risa salvaje que desbordada en ella, una risa burlona y entrecortada.

Justine. El cuarteto de Alejandría. Lawrence Durrell

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