domingo, 25 de mayo de 2014

LA NECESIDAD DE POESÍA



Il y aura toujours un poèma
à regarder pour lutter.
Toujours devant toi ce son-là
pour te réveiller, t'endormir
au rythme d'un nouveau mode

à un rythme de fièvre, comme
la grêle et la pluie sur une pauvre
cabane au toit de tôle
et toi que tu le veilles ou non
au coeur de la tempête.

Il y aura toujours un poème
pour que tout soit dans le poème.
Choses présentes, passées, à venir.
Absentes ou visibles.
Tout cela présent dans le poème.

Il y aura toujours un poème. Mihàlis Pieris.

Así sonaba ayer el primer poema que escuché en esta genial noche de la literatura en el Barrio del Marais parisino. De la mano del propio autor -en griego- y su traductora -en francés-, nos fueron desgranando una serie de poemas de su libro Métamorphoses des villes. Tras ese primer autor, siguieron otros encuentros mágicos con escritores checos, rusos y portugueses. Casi siempre en su idioma original y traducción en francés.

Os puedo decir que fue una noche mágica. Todos escuchábamos hipnotizados las palabras que fluían en un idioma original completamente ajeno a nosotros, pero del que notábamos el acento, la intención, la melodía, la tonalidad... Después, en un delicioso ronroneo francés, el contenido se esclarecía un poco -aunque en mi caso, no absolutamente, pero eso también forma parte de la magia-. Y me encantó realizar el mismo experimento para comprobar el hecho de que la poesía es un fluido viscoso que comporta mucho más que significado y debería ser siempre que fuera posible, consumido en su estilo original.

En mi caso, la poesía es el género que más me engancha desde aquellas notas clave: Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Mi entorno está rodeado de poemas: en mi cartera, en mi puerta, en mi mesilla de noche. Esa especie de pastilla de chocolate negrísimo que puedes deshacer en tu lengua durante largos minutos mientras exprimes todo su sabor. Ese conjuro de palabras que pueden rescatarte de un abismo, darte un poco de luz, o encender la melancolía según sea el momento que lleguen. Esa alineación -más o menos perfecta- de palabras que son capaces de tocar los resortes adecuados de cualquier alma -sea de la nacionalidad que sea-.

miércoles, 21 de mayo de 2014

ESTRELLAS POLARES



Estos días que no paran de aparecer por todas partes recopilaciones o listas de todo tipo de actividades, me ha llamado la atención la siguiente: 17 cosas que cambian para siempre cuando vives en otro país. Será porque yo ahora mismo me encuentro en esa situación –de nuevo-, pero el caso que me ha parecido muy bien escrito, además de sentirte totalmente identificada con prácticamente todos los puntos.

A modo de compilación general, lo que el artículo viene a decir es que vivir en el extranjero te cambia para siempre. Lo quieras o no, te vuelves más desenvuelta, más segura de ti misma, más consciente de tus debilidades, con mucho más bagaje, más melancólica, más políglota, más estresada, más solidaria... Ganas y pierdes amigos. Olvidas y aprendes vocabulario. Evalúas lo mejor y lo peor de tu país adoptivo y de tu país natal. La vida te pone pruebas que desearías haber esquivado con todas tus fuerzas. También te regala momentos por los que todo merece la pena.

El caso es que después de todo este centrifugado, es difícil decantarse por la cosas, volver a ser la de unos años antes. Sin embargo, si que hay algo que permanece inalterable a lo largo de los años y es universal a los que nos vamos o se quedan: el valor incalculable de la salud, de la familia y de los buenos amigos. Estos tres pilares son condiciones necesarísimas para que, cualquier aventura o proyecto que uno emprenda –sea donde sea- tenga éxito.

domingo, 18 de mayo de 2014

RECORDATORIOS CORPÓREOS


Vivimos en un amasijo de órganos, músculos, huesos, venas, neuronas y demás bichos extraños que por sí solos son tan grandes como nuestro universo –y no exagero-. Alucinantemente, ese complejo mecanismo funciona extremadamente bien, al menos por defecto. Podemos admirar el mundo que nos rodea, saltar, reír, comunicarnos, disfrutar y en general, no sentir dolor. Damos por hecho que la enmarañada maquinaria de la que somos parte no se deshará mientras estemos vivos y que conformará una unidad irrompible que aguantará cada vaivén que le echemos.

Por eso, cuando esa enorme obra de arte se avería ligeramente, y de pronto, nos sobresalta un ataque de dolor, y no somos capaces de hacer algunos de los actos cotidianos que llevamos haciendo toda la vida; nos invade un sentimiento de congoja y vergüenza por no haber cuidado más a ese cuerpo que nos lleva sirviendo inalterablemente durante todos estos años. Automáticamente, todas las otras prioridades de la vida bajan un escalafón en la escala de importancia para dejar su lugar en el podium a la salud, esa gran bendición que tantos de nosotros disfrutamos.

Es sólo entonces que tomamos el aparato de mirar al interior, y nos damos cuenta de que quizá hemos abusado demasiado de nuestros cuerpo y no lo hemos recompensado como era debido. Se ha creado un rasguño en la carrocería, es cierto, pero a cambio hemos ganado un recordatorio importante sobre la necesidad de mimar a ese inmenso universo que habita en nuestro interior.

jueves, 15 de mayo de 2014

TARJETAS MÁGICAS



¡Que lo sepa todo el mundo! Me acabo de sacar una tarjeta maravillosa para poder ir al cine ilimitadamente a ver todas las películas que yo quiera… ¿No es absolutamente impresionante? ¿No es una ideaca genial que debería ser exportada a cualquier sitio? Si una ya se sentía la mujer más afortunada del universo por vivir en el centro de París ver el amanecer por esos tejados risueños, imaginaros como me siento ahora al acabar de firmar un contrato que dice que mi televisión oficial son las múltiples pantallas de los cines de París.

Si, es cierto, hay que pagar una tarifa mensual, pero el hecho de poder empacharte de cine sin culpabilidad es inmejorable. En mi caso, además, va a ser una gran ayuda para afianzar el francés. Ya tengo mi libreta preparada para apuntar toda aquella palabreja que no me suene.

El sistema de tarjetas de tarifas planas abundan por estos lares… Y me parecen opciones estupendas. Por ejemplo, el primer mes que te sacas la Navigo, la tarjeta de transporte para un número determinado de zonas, te sientes que tienes una varita mágica en tu mano que abre absolutamente todas las puertas. Si quisieras, podrías recorrer la ciudad en metro y autobús una y otra vez hasta el hartazgo. Pero es precisamente esa sensación de no llevar la cuenta la que hace que al cabo de un tiempo, todo se naturalice y decidas usar las piernas y pasear por esas calles tan bordadas.

Después de cuatro meses en esta ciudad donde bullen cosas tan alucinantes como museos, conciertos, exposiciones, cines, tardes de picnic en el Sena, librerías de ensueño, festivales, paseos, visitas, intercambios de idiomas, aprendizaje de deportes, cerveceo, óperas, teatros… He descubierto que, si una no quiere morir de agotamiento, ha de priorizar sus gustos y escoger que es lo que más nos apetece hacer de todo lo que nos apetece hacer. Crueldad y paradisíaco a partes iguales. Y es que hace falta unas cuantas vidas para exprimir todo lo que esta ciudad contiene.

domingo, 4 de mayo de 2014

ELEMENTAL


Barbara Kruger, Savoir c'est pouvoir (Knowledge is Power)
1989, two-color aluminum plate lithograph, 36" x 35 ½".

Hoy, en la jornada de museos gratis de primer domingo de mes en Francia, me he topado con esta gran verdad a demasiados niveles que nunca está de más recordar. Ya estamos todos corriendo a enmarcárnoslo.

jueves, 1 de mayo de 2014

SOBRE EL MUSILENGUAJE



Hace un tiempo, después de asistir a un concierto de música clásica con mi gran amiga Cris –un besazo desde aquí-, tuvimos una interesante conversación sobre la relación de la música con el estado de ánimo.

Todos los que amamos la música nos habremos dado cuenta de que hay música que automáticamente nos provoca tristeza y otra, alegría. Los que además, hemos estudiado música, nos dimos cuenta enseguida –es realmente evidente- que los modos menores son lo que relacionamos con la melancolía, la tristeza, el dolor, la debilidad (en su mayoría réquiem, baladas de desamor, romántica…), y los mayores con la alegría, la fuerza, el movimiento (marchas, música de celebración para la monarquía, música nupcial…).

En aquella conversación –una de las muchas donde intentamos entender el mundo a base de vinos- nos preguntamos: ¿cómo es posible que la música nos provoque una cosa tan social como puede ser nuestro estado de alegría y tristeza –en cada cultura éstos estados de ánimo viene inspirada por condiciones muy diferentes y no tienen porqué corresponderse- de forma universal? Si, por ejemplo en oriente y occidente tenemos diferentes lenguajes musicales que no son compatibles el uno con el otro, ¿porqué entonces un acorde menor sigue inspirando tristeza, también a una persona oriental? ¿Será que quizá haya algo más profundo detrás? ¿Será que, quizá nuestra forma de entender y formular la música con el paso de los años no es totalmente casual sino que viene inspirada –quizá de forma muy sutil- por mecanismos de la naturaleza universales a todos como el piar de los pájaros en primavera, el ruido del mar o del viento o un simple arrullo materno?

Bien, pues ayer, cayó en mis manos este artículo, que comenzaba como sigue

Friedrich Nietzsche dijo que, sin la música, la vida sería un error. Franz Liszt afirmó que la música es el corazón de la vida. Incluso Albert Einstein llegó a decir que si no fuera físico, probablemente sería músico, explicando que su violín era lo que más alegría le daba en la vida. Parece evidente que la música juega un papel trascendental en nuestras vidas. Pero, ¿qué sabemos? ¿Cómo nos afecta? ¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando la escuchamos? ¿Se ha incorporado a nuestro genoma? Dicho de otro modo: ¿somos los humanos criaturas musicales innatas? 

Ante estas palabras, me lancé a leerlo sin dilación -no dejéis de leerlo si os interesa el tema, porque además está fantásticamente escrito- para acabar corroborando estas sospechas que teníamos: que la música está metida en nuestro código genético de humanidad y que, además, ha formado una parte primordial de nuestra educación desde los primeros años. Repito: estamos hechos de música. Somos todavía más alucinante de lo que pensábamos.