Hace poco empezó aquí en Paris un larguísimo festival de jazz que durará todo el verano. En ese escenario inigualable –un precioso parque del enorme bosque de Vicennes- nos hemos dado cita de momento, con el quinteto de Didier Lockwood, ese violinista virtuosísimo con aires reminiscentes de Grappelli capaz de llenar el aire de París con su violín, su energía y una grabadora y con otro quinteto, el de Kyle Eastwood, contrabajista de primera, además de llevar en sus genes el impulso de la creacón de la belleza -si, es hijo de su padre-.
En estos conciertos en los que una se sienta apaciblemente, rodeada de otros seres con idéntica predisposición, y deja a sus sentidos empaparse de esa música, dispar, ligeramente atonal, a menudo desbocada y salpicada de ese orden caótico que caracteriza el jazz, una se da cuenta de que la relación que un músico puede tener con su instrumento es comparable a la de una relación personal. Cuando uno empieza a acariciar las cuerdas de una caja de madera, poro ejemplo, tiene unos dedos torpes, no encuentra el lugar exacto donde las manos deben colocarse, con el consiguiente desagravio para la música interpretada, desconoce las técnicas, el vibrato, el stacatto,... No es capaz de hacer lo matices necesarios para expresar bien lo que uno quiere decir… Igualito que con alguien que acabamos de conocer.
Sin embargo, a base de perseverancia, de perdurar en el intento, de equivocarse muchas veces, de emborronar verdaderas obras de arte, un buen día el sonido comienza a ser más robusto, una gana seguridad y se atreve a ponerse un reto aun poco más alto, a comenzar una pieza más difícil y a proponerse tocarla bien, y así, sin darse cuenta, uno empieza la escarpada ascensión hacia la lejana lejana perfección. En efecto, al igual que con una pareja.
Admiro aquellos que han llegado a coronar la cima o casi, a aquellos que, con sus manos, sus sentidos y su ilusión desbordante han sido capaz de seguir hasta el final el difícil y duro camino de la perfección. Aquellos que han llevado a cabo tamaño esfuerzo que se han acabado perdiendo en el laberinto de la culminación. Sólo muy pocos tienen la suerte y voluntad suficiente para conocer ese lugar, pero aún así, el camino promete ser muy gratificante, así que vale la pena intentarlo.
One thing that has been particularly helpful for me has been to draw parallels with others in the creative process. Every time you consume something – a song, a radio program, an editorial – remember that like your thesis it has been loved and laboured into being. That there’s so much work out there is something of a miracle. It speaks to the legions of people out there, who without spiffy titles, salaries, awards or clapping hands, give their all to a creative pursuit; a painting, a piece of writing that they labour from nothing into being. Feel wonder at their courage and determination and how they have given themselves up to the simple, grinding need to create. You are one of them now.
Why does feedback hurt sometimes?
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