Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años, puebla un espacio de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.
J.L Borges
Human beings are works in progress that mistakenly think they're finished. The person you are right now is as transient, as fleeting and as temporary as all the people you've ever been. The one constant in our life is change.
(Los seres humanos son obras en curso que erróneamente piensan que están terminados. La persona que eres ahora mismo es tan transitoria, fugaz y temporal y como todas las otras personas que has sido antes. Lo único que es constante en nuestra vida es el cambio.)
Este fin de semana he estado de visita en una de mis ciudades favoritas del mundo, en la que fui muy feliz y en la que poseo grandes de cantidades de gente querida. He visitado a varios amigos, de esos que nos conocemos desde hace más de media vida y, a pesar de la tremenda ilusión los reencuentros provocan, he vuelto con una sensación un tanto amarga provocada en parte, mal que me pese, con el hecho de empezar a dejar la juventud atrás.
Por un lado, cada quedada ha sido muy especial, algo parecido a tomarnos de la mano, observar el recorrido pronunciado que ha dibujado la vida al llevarnos por caminos diferentes - todos ellos complicados, bellos y duros- y deleitarnos con la convergencia puntual, provocada por nuestra estima mutua, de seguir compartiendo una birra en cualquier Plaça del Diamant, tratando de imaginar, por unos instantes, que la vida no nos ha cambiado en absoluto.
Por otro lado, tras una toma de aire inicial, hemos abierto los ojos y el corazón y nos hemos contado algunas tempestades que no nos han dejado salir ilesos. Eso que podríamos llamar cuestiones fundamentales relacionadas con la vida y la muerte. He visto a buenos amigos iluminados de una manera que nunca antes había visto por haber engendrado vida, también he contemplado la sombra de preocupación en sus ojos ante todo lo que a esa criatura le puede pasar. He visto a amigos luchando a pecho descubierto con fantasmas del pasado y del presente, también he despedido a amigos que ya no pueden hacerlo porque prácticamente ya han dejado de existir.
Resulta que un fin de semana cualquiera de finales de febrero, descubres de pronto que por mucho que nades a contracorriente, el río es demasiado caudaloso para que te salgas con la tuya. La vida pasa, la vida nos pasa. Lo que hace pocos años hubiera sido un fin de semana lleno de arte, de amor, de alegría; se nos ha convertido en palabras mayores compartidas, pilares esenciales, alegrías inmensas, tristezas profundas, motivos irreversibles.
La sensación de envejecer puede sobrevenir de golpe, nos puede atrapar en pocos segundos –lo que cuesta pronunciar una frase- en nuestro propio espacio-tiempo, acompañados tan sólo de nuestras propias circunstancias. Irónicamente, la edad mediana es el punto en el que alcanzamos plena consciencia de la vida y de la muerte.
Cada existencia tiene sus vaivenes, que es como decir sus pormenores. El tiempo es como el viento, empuja y genera cambios. De pronto nos sentimos prisioneros de una circunstancia que no buscamos sino que nos buscó. Y para liberarnos de esa gayola es imprescindible pensar y sentir hacia adentro, con una suerte de taladro llamado meditación. De pormenor en pormenor vamos descubriendo el exterior y la intimidad, digamos el milímetro de universo que nos tocó en suerte. Y sólo entonces, cuando encontramos al muchacho o al vejestorio que lleva nuestro nombre, sólo entonces los pormenores suelen convertirse en pormayores. Mario Benedetti. Vivir adrede.
Llevo unas semanas con la mosca detrás de la oreja con una coletilla francesa que me causa mucha curiosidad: el "c’est vrai?" Por ejemplo,
- Je pars en vacances (me voy de vacaciones)
- C’est vrai?
Yo al principio los miraba extrañados pensando…. "Oui, c’est vrai, pourquoi?" El caso que comencé a prestar más atención y me di cuenta que eso se repetía con cualquier francés en situaciones variopintas. Para muestra, otro botón.
- Je dois travailler ce soir.
- C’est vrai?
- (….Mirada glacial de…. ¿porqué me iba a inventar que tenía que trabajar esta noche?)
El caso es que tras pensar un poco, intuí que no podía ser que el todo el pueblo francés fuera tan escéptico y no creyera nada por defecto. Tenía que haber algo más. ¿Y si… ese c’est vrai fuera equivalente al really o al are you serious? inglés? ¿O al "¿en serio?” en castellano? Lo cierto es que si una se para a pensar, todas ellas son coletillas extrañas también, pero debemos estar acostumbrados porque no suena tan raro.
Ensimismada en estos pensamientos, de pronto lo vi claro. En mi mente apareció aquel recuerdo nítido de aquella aragonesa que, tras vivir años en Barcelona, aterrizó en Granada trayendo incorporado un “¿quieres decir?” profundo de fábrica –algunos afirman que como traducción literal del “vols dir?” catalán, pero no, excusez-moi, en Aragón el “¿quisdicir?” existe de toda la vida-. Al cabo de unos días, una compañera canaria me soltó totalmente indignada: “si, lo quiero decir, sino, no lo diría, qué leches"… A lo que siguió mi cara de estupefacción, claro. Sólo entonces, me empecé a morder la lengua cada vez que se me escapaba uno, hasta que dejé de decirlo.
Ironías de la vida que ahora sea yo la que haya estado a punto de denunciar una frase sin sentido –que al parecer toda la humanidad comparte- sin darme cuenta que todos llevamos dentro un poco de incredulidad, de necesidad de confirmación, de sorpresa inquisitiva.
En aquella exposición aprendí algunas cosas muy curiosas. Por ejemplo, que los carnavales adoptan formas muy diferentes según el rincón que una visite del planeta, que en casi todos los lados va asociado al ruido –como para contrastar con el periodo de recogimiento que le sigue-, que cada carnaval es por si mismo algo bello e interesantísimo con multitud de tradiciones, en gran parte desconocidas pero que han subsistido hasta nuestros días.
Y es que los carnavales –esa fiesta de la carne- han sido desde siempre mi fiesta favorita: una tregua para adoptar otra personalidad, para hacer algo de teatro, para recuperar tradiciones, para irse de juerga un martes... Y desde hace muchos años me he dedicado a recorrer algunos de la geografía española y algo de la mundial. Sin embargo, todavía me queda mucho que recorrer, sin ir más lejos los antiquísimos de Bielsa, un pueblo del pirineo aragonés con unos carnavales antiquísimos.
En fin, hoy agotando ya las pocas horas que restan de este Martes de Carnaval o Mardí Gras, y a falta de un viaje en tren a Sitges, una chirigota improvisada en las calles de Cádiz, una buena carrera delante de una tranga, o un buen puñado de collares tricolores en Nueva Orleans, quede aquí este pequeño homenaje.
Por fin he encontrado el tiempo necesario para un merecido retiro espiritual cervecero de esos que te quitan el temblor y te devuelven coraje para afrontar los frutos que nos regala una vida. Un tiempo para irse a esas maravillas de cafés parisinos a ordenar las alegrías, a digerir los motivos de celebraciones, a abonar los planes futuros para que las flores del camino no se mustien. Bendita felicidad de vivir en la ciudad de las maravillas.
Y mientras alguien como siempre explica alguna cosa, yo no sé por qué estoy en el café, en todos los cafés, en el Elephant & Castle, en el Dupont Barbès, en el Sacher, en el Pedrocchi, en el Gijón, en el Greco, en el Café de la Paix, en el Café Mozart, en el Florian, en el Capoulade, en les Deux Magots, en el bar que saca las sillas a la plaza del Colleone, en el café Dante a cincuenta metros de la tumba de los Escalígeros y la cara como quemada por las lágrimas de Santa María Egipcíaca en un sarcófago rosa, en el café frente a la Giudecca, con ancianas marquesas empobrecídas que beben un té minucioso y alargado con falsos embajadores polvorientos, en el Jandilla, en el Floccos, en el Cluny, en el Richmond de Suipacha, en El Olmo, en la Closerie des Lilas, en el Stéphane (que está en la rue Mallarmé), en el Tokio (que está en Chivilcoy), en el café Au Chien qui Fume, en el Opern Café, en el Dôme, en el Café du Vieux Port, en los cafés de cualquier lado donde We make our meek adjustments, Contented with such ramdom consolations As the wind deposits In slithered and too ample pockets. Hart Crane dixit. Pero son más que eso, son el territorio neutral para los apátridas del alma, el centro inmóvil de la rueda desde donde uno puede alcanzarse a sí mismo en plena carrera, verse entrar y salir como un maníaco, envuelto en mujeres o pagarés o tesis epistemológicas, y mientras revuelve el café en la tacita que va de boca en boca por el filo de los días, puede desapegadamente intentar la revisión y el balance, igualmente alejado del yo que entró hace una hora en el café y del yo que saldrá dentro de otra hora. Autotestigo y autojuez, autobiógrafo irónico entre dos cigarrillos. Rayuela. Julio Cortazar
Retomando el tema de las películas científicas y personajes cuyas vidas se merecen un Oscar, hoy vamos a hablar de una de las heroínas -de carne y hueso- más grandes que ha parido este planeta: Marie Curie –en realidad Maria Salomea Skłodowska-Curie-. Ahí va una lista –muy resumida- de algunos de sus logros –muchos de los cuales imagino que aparecerán en el libro de los Guinness-:
Nacida en Polonia a finales del siglo XIX, Marie se las ingenió para ir a estudiar a la Universidad de la Sorbonna Parisina donde se graduó en física y matemáticas acabando la primera y segunda de la promoción, respectivamente. Después de eso, completó una tesis sobre la radioactividad natural. Esto se dice pronto, pero hay que poner en contexto el hecho de que, desgraciadamente, la mujer no ha tenido básicamente ningún derecho en muchos países hasta bien entrado el siglo XX.
Precisamente, fue la radioactividad lo que le valió la obtención del premio Nobel de Física –en realidad se lo dieron a Henri Becquerel y Pierre Curie, su marido, quien denunció que ese premio era tan suyo como de su mujer, así que le ofrecieron compartirlo con ella, si quería. Eso convirtió a Marie en la primera mujer en obtener un premio Nobel de la historia. Mención especial para un gran marido que supo ver la joya que tenía en casa.
A pesar de que tres años después, su marido murió en un accidente de coche, ella decidió continuar sus estudios convirtiéndose en la primer mujer del mundo en tener una cátedra en la universidad.
Pocos años después, descubrió dos elementos nuevos: el radio y el polonio –este último nombre en honor a su país, al que tuvo siempre muy presente-, lo que le valió el premio Nobel de Química, convirtiéndola en la primera persona en el mundo en ganar un premio Nobel en dos disciplinas diferentes.
Además de eso, decidió no patentar el radio para que la comunicad científica pudiera explotarlo libremente. Lo que si que hizo es intentar obtenerlo para venderlo y así poder financiar la investigación de sus estudiantes en un instituto que ella y su marido habían fundado, el Instituto Curie, que se puede visitar hoy en Paris y tiene una gran tradición científica gracias a esta fundación inicial.
Finalmente, por si eso fuera poco, su hija, Irene Joliot Curie, también se obtuvo el premio Nobel de química, esta vez por la radiactividad artificial.
Si una historia como esta, no cierra de un plumazo todas las bocas que proclaman la inferioridad de la mujer, no se qué más lo hará.
Este mujer bárbara, muestra de una genialidad infinita, exitosa en todo lo que se propuso a pesar de tener que vencer un buen número de escollos, pone hoy nombre a unas prestigiosos contratos europeos de investigación: las European Union Marie Curie fellowship.
¿Y porqué os cuento esto? ¿A qué esta clase de historia precipitada? Resulta que esta semana, la que escribe este blog, ha tenido el inmenso honor de haber obtenido uno de estos contratos para financiar mis investigación los dos próximos años aquí en Paris. Un orgullo y una responsabilidad inmensurable tener un nombre como éste en mi futuro contrato. Chinchin por Marie.
Es imposible recuperar la bisoñez de los años bisoños cuando uno ha recorrido mucho más trecho, no es factible no entender lo que en otra época no se entendía una vez que se ha entendido, la ignorancia no regresa ni siquiera para relatar el periodo en que se gozó o se fue víctima de ella, falsea quien cuenta algo haciendo mohín de inocencia, importando la de sus tiempos de infancia o adolescencia o juventud, quien afirma adoptar la mirada -es hielo, ojo escarchado- del niño que ya no es, como falsea el viejo que evoca desde su madurez y no desde la ancianidad que domina su vision entera del junco y el conocimiento de las personas y de sí mismo, y como falsearían los muertos -si pudieran hablar o susurrar- situándose en la perspectiva de los vivos necios e inacabados que fueron y fingiendo no haberse asomado aún al tránsito y a la metamorfosis, y no estar al cabo de cuanto han sido capaces de hacer y decir, una vez que lo han hecho y dicho todo y no hay posibilidad de sorpresa ni de enmienda ni improvisación, está cerrada la cuenta y nadie nunca la va a reabrir... Así empieza lo malo. Javier Marías.
En estas páginas hay espacio para la reflexión, las bitácoras, los viajes estelares y los terrenales, las experiencias compartidas y todos aquellos instantes que hacen cada sitio, cada momento de nuestra vida, un lugar inolvidable. Bienvenid@.
We do not grow absolutely, chronologically. We grow sometimes in one dimension, and not in another; unevenly. We grow partially. We are relative. We are mature in one realm, childish in another. The past, present, and future mingle and pull us backward, forward, or fix us in the present. We are made up of layers, cells, constellations.
Anaïs Nin