Cuando te paras a pensar la cantidad de gente anónima con la que has tenido una kilométrica conversación telefónica sobre impuestos, tarifas, billetes de avión, transferencias y otras palabrejas que nos hemos inventado para tener una supuesta calidad de vida, y escasamente recuerdas sus nombres –en la mayoría de los casos falso- por ya no decir sus caras, opiniones o posiciones en la vida, me entra un vértigo absurdo al contemplar esa perspectiva extraña que la realidad nos enseña a veces.
Hace mismísimos segundos he colgado tras una hora y media de palique con un chico que me ha explicado el despiadado mundo de las maravillas –parafraseando a Murakami- de los ahorros de jubilación en los EEUU –tema apasionante donde los haya-. El chico me ha mirado doscientas opciones, ha sido amabilísimo, nos hemos reído, cabreado y desconcertado juntos… Al final, hemos colgado con un efusivo: gracias, de nada, suerte con todo, igualmente, tú también, que vaya genial, gracias hasta pronto, hasta pronto, adiós… Vamos, que en más de una ocasión, he llamado colega o conocido a alguien con mucho menos…
Y diréis, ya, eso es la práctica que tienen los estadounidenses en venderse… Y claro que algo de eso hay, pero eso no quita para que –artificialmente o no- se cree una conexión con una persona que con toda probabilidad nunca más volverás a contactar –en el caso que llames otra vez, te atenderá otra persona diferente con propiedades similares de afabilidad extrema- y que ha tenido noción de tu existencia durante un lapso de tiempo del orden de un montón de ceros por ciento de su vida.
Lo cierto que conforme más miro a este ángulo muerto más me doy cuenta que es una ilusión del maldito egocentrismo humano. Olvidad que tropezasteis con esto.
Me gusta por ejemplo ir en las diligencias y observar a los desconocidos que viajan conmigo, me gusta inventar sus vidas, adivinar por qué se van o por qué llegan. Me pregunto si pasará algo que nos una por azar o si nunca volveremos a cruzarnos, que es lo más probable. Y como seguramente no volveremos a cruzarnos, pienso que esa intimidad es única, que podríamos seguir callados o confesarnos cualquier cosa, yo qué sé.
El viajero del siglo. Andrés Neuman
Adiós
Hace 4 años
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