lunes, 1 de agosto de 2011

RESALAO

Tras un fin de semana lleno de luz, agua salada, playas y calas preciosas, unas buenas risotadas por los motivos más inverosímiles, y unos cuantos litros más de agua en tus órganos, todo se ve con una perspectiva mucho más simple.

Tengas o no tengas un problema, tengas o no tengas aquello que buscas, tienes millones de maneras de que actuar, pero la preocupación –es decir ocuparte del asunto antes de hora- , sólo provoca una pérdida de minutos valiosos. No sirve de nada. Es tiempo malgastado y malvivido. Por si tenéis alguna duda, aquí va una pequeña demostración a modo de algoritmo irrefutable.


La gran ventaja del mar era que podía pasar horas mirándolo, sin pensar. Sin recordar, incluso, o haciendo que los recuerdos quedasen en la estela tan fácilmente como llegaban, cruzándose contigo sin consecuencias, igual que luces de barcos en la noche. Aquello sólo pasaba en el mar, porque éste era cruel y egoísta como los seres humanos, y además desconocía, en su terrible simpleza, el sentido de palabras complejas como piedad, heridas o remordimientos. Quizá por eso resultaba casi analgésico. Podías reconocerte en él, o justificarte, mientras el viento, la luz, el balanceo, el rumor del agua, obraban el milagro de distanciar, calmándonos hasta que ya no dolían, cualquier piedad, cualquier herida y cualquier remordimiento.

La reina del sur. Arturo Pérez-Reverte.

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