Somos jóvenes, cada vez menos, pero lo somos. Y por tanto, tenemos casi hasta la obligación de salir noche tras noche a reírnos a carcajadas, a dar largos paseos por el puro placer de sentir el sol rebotar contra nuestra piel, a saltarnos horas de las comidas, a embriagarnos más de lo que deberían las personas responsables, a merendarse los compromisos porque nos damos permiso, a dormir poco o muy poco y lucir con satisfacción las ojeras provocadas, a relegar para luego los obligaciones, a todavía poder decir
no es tan importante, a desdeñar el afán de limpieza, de orden, a esgrimir nuestro derecho al caos, a ser vibrantes e idealistas, a cansarnos, a hacer
animaladas y lucirlas con orgullo en nuestro curriculum.
Aunque nunca seremos del todo conscientes y sea contradictorio, deberíamos estar abrazados a nuestros últimos años de juventud como niño a pata de una mesa.
La joven que soy yo no tiene conciencia, como jamás la ha tenido ningún joven, de estar disfrutando del regalo de la juventud. La juventud se vive sin saber qué significa, eso forma parte de su esencia. Y tal es la ignorancia en la que vive la juventud su propia condición que, en ocasiones, como es mi caso, lo que quema la sangre es la impaciencia por un futuro que no acaba de llegar.
Lo que me queda por vivir. Elvira Lindo
Ay, y que facil es ser joven a tu lado, poderosa... Que facil....
ResponderEliminarA arder la vida con ganas !
Un abrazo fuert e!
Manu: ¡Lo mismo te digo, amor! ¡Como sigamos así acabaremos con la piel super-tersa! ;)
ResponderEliminarQue dure... Que dure hasta que tengamos cientos de años... Jóvenes infinitos.
Un besazo