Hans lo escuchaba sorprendido y meditaba sobre la incontinencia súbita de las personas calladas. La gente silenciosa tiene mucho que decir, sobre todo cuando no habla. Existen muchas clases de silenciosos. El silencioso avaro, que se reserva sus opiniones para repasarlas con mordacidad y detalle en cuanto se queda a solas. El silencioso resignado, que jamás se plantea la posibilidad de tomar la palabra porque está convencido de que no tiene nada que decir. El silencioso perverso, cuyo mayor placer es disfrutar de la curiosidad que su mutismo despierta en los demás. El silencioso impotente, que quisiera decir algo pero nunca encuentra el momento y es, en realidad, un hablador frustrado. El silencioso estricto, que ni siquiera cede a la tentación de confesarse a sí mismo sus secretos. O el silencioso precavido, como era quizás el caso del señor Levin. El señor Levin había aprendido a callarse ante las opiniones ajenas para no resultar incómodo. Esta disciplina de silencio le había resultado mortalmente aburrida, de no ser porque le daba la ventaja de conocer qué pensaban los otros sin que ellos supieran lo que pensaba él. Y aunque no utilizase esa ventaja para nada en concreto, le parecía que esta forma ahorrativa de concebir la palabra era una especie de tesoro moral que tarde o temprano le daría dividendos.
El viajero del siglo. Andrés Neuman
Qué dice???? Pero qué diceeee???? Maldito silencioso... :-D
ResponderEliminarSergio: Me temo que nunca lo sabremos... ¡Pero se admiten apuestas!
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