Me encanta que el mundo tenga una dimensión gigantesca y diminuta a la vez. Me encanta que cuando te propones hacer un viaje, baste con comentárselo a tres personas para que al día siguientes tengas una lista de diez contactos en cada ciudad que vayas a visitar. Me encanta que esos contactos no tengan reparo alguno en alojarte en su casa, en darte explicaciones, en hacerte de guía, en ayudarte en lo que sea.
Me encanta que los que seres humanos, pese a todo lo desastres que podemos ser en muchas cosas, tenemos un fondo sanote y generoso que nos incite a ayudar, simplemente por el hecho de sentirnos bien.
Me encanta que nos encante seguir conociendo a gente nueva e interesante que complemente nuestras vidas. Me encanta seguir llenando mi vida de conversaciones, complicidades y conexiones.
Me pregunto si podríamos dar la vuelta al mundo durmiendo cada noche en el sofá de un conocido (o conocido de conocido) y siguiendo enriqueciéndonos hasta el infinito. Seguro que se podría deducir de
otras teorías. Si es así, podemos afirmar: claro, alto y con orgullo: El mundo es nuestro hogar.
Habían pasado meses, pero yo sentía que habían sido años. Viajar prolonga tu vida, la llena de rostros y paisajes, de cantos de otras voces y de horizontes que ignorabas. Se derrumban tus viejas ideas y nacen otras nuevas.
Vagabundo en África. Javier Reverte
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