Las personas vienen… y se van. Unas te queman con sus dedos. Otras te bendicen con su aliento. Otras te dejan una sonrisa cuando recuerdas, un suspiro cuando te acuerdas, una lágrima cuando te duele. Así es la vida, llena de dulces y amargos, de nacimientos y entierros, de momentos de absoluta felicidad y punzadas de tremenda tristeza.
Es éste propio vaivén es que nos mantiene vivos, el que nos evita marchitarnos y también relajarnos, el que nos frena de enterrarnos y nos empuja a la propia existencia.
Creemos que nos tenemos a nosotros mismos, un pilar de roca sólida, un mejor amigo en nosotros mismos, la más fiel de nuestras compañías, el más seguro de nuestros consejeros…
Pero a veces, olvidamos que nosotros mismos también nos sometemos a las fluctuaciones de la vida. De los instantes. Y esos pocos segundos en que nos ausentamos, son suficientes para que la vida nos zarandee.
Por suerte, siempre acabamos volviendo, con algún moratón o rasguño de más. Incluso con desconsuelo. Pero con lecciones aprendidas. Con soluciones parciales. E iteramos el proceso.
... Y casi siempre acabamos convergiendo. He aquí una manera impresionante de hacerlo de la mano y llanto de la grandísima Chavela.
Ojala que te vaya bonito,
ojala que se acaben tus penas,
que te digan que yo ya no existo,
que conozcas personas más buenas.
Que te den lo que no pude darte,
aunque yo te haya dado de todo.
Nunca mas volveré a molestarte
te adoré, te perdí, y a mi modo.
Cuantas cosas quedaron prendidas
hasta dentro del fondo de mi alma,
cuantas luces dejaste encendidas,
yo no se como voy a apagarlas.
Ojala que mi amor no te duela
y te olvides de mí para siempre.
Que se llenen de sangre tus venas
y que la vida te vista de suerte.
Yo no se si tu ausencia me mate
aunque tengo mi pecho de acero,
pero nadie me diga cobarde
sin saber hasta donde te quiero.
Adiós
Hace 4 años
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