Lo acaricias con la lengua, al principio suavemente, poco a poco vas subiendo la intensidad. A lo largo de tu médula discurre un escalofrío de placer cuando sientes las primeras punzadas de su tacto. Aspiras ese olor profundo, juegas con el sabor increíblemente amargo que destila su piel. Tus papilas se dilatan a la vez que tus pupilas, en una súbita cúspide de adrenalina. Te derrites. Rodeas con tu lengua esa pieza delicada. Muerdes, deshaces, cierras los ojos… y el culmen.
Sólo un 1% puede provocar alaridos.
El otro 99%, es puro cacao.
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