Aquellos que me conocéis, sabéis que me pirran los juegos de mesa. Desde que era una niña y aprendí a jugar al guiñote –juego de cartas aragonés por excelencia- con mi padre, disfrutaba el esperado momento del café de las reuniones familiares en las que se sacaba un tapete, una baraja y se formaban equipos. Recuerdo como admiraba a mi abuelo que, con el paso de los años, había desarrollado una complicada táctica de marques y tecnicismos para recordar las cartas ya aparecidas o deducir –que no adivinar- las que el adversario llevaba. Cuantos años nuevos me habré ido a dormir a las 5 de la mañana tras ganar a 15 cotos a 13 a mis tíos y abuelo, mientras todos mis primos cerraban los bares –yo no tenía permiso para salir por ser la benjamina-.
No sólo eso, también recuerdo entablar partidas interminables –a menudo contra mi misma, ya que no había nadie que soportara semejante martirio- de juegos varios como el siete y medio, el Monopoly, el Trivial, el Tangram, el cuatro en raya, Misterios de Pekin –adoro ese juego-, el Risk y… básicamente todo lo que se me pusiera en medio. Lo cierto es que disfrutaba mucho combatiendo –amistosamente- con la mente. Ingredientes como la tensión, la suerte, la estrategia, la previsión, la prudencia, el atrevimiento y la inteligencia estaban en juego en cada partida.
No os diré mi gozo absoluto cuando en uno de mis cumpleaños recibí una versión nuevecita del último Trivial del mercado. Desde entonces, cuento con otro estadounidense reciclado que compré por 3 dólares y otro de bolsillo francés también de segunda mano.
El caso es que la semana pasada, di otro brinco de alegría cuando recibí como regalo un… ¡Monopoly Parisino! La de veces que habré jugado yo con aquel Monopoly madrileño que teníamos –curiosamente conozco el nombre de me muchas calles y estaciones de Madrid sin haber estado nunca en muchas de ellas- y me habré hecho millonaria y arruinado… ¡Y ahora tengo la oportunidad de hacer lo mismo en Paris!. Este Monopoly -que ya está estrenado, por cierto- me permitió el lujo de ganar la primera partida en su tablero –os desvelo un secreto: el que tiene las naranjas, sea de la ciudad que sea, tiene ganada la partida-.
Me gustó esa visión de la ciudad totalmente diferente a la yo tengo. Aquí podéis encontrar las calles del Monopoly Parisino y su explicación. En mi caso, yo hubiera substituido muchas calles por algunas de mis favoritas. Sin embargo, lo que más disfruté fue deambular, aunque fuera con dados y dinero de papel, de otra manera diferente por las calles de mi Paris. Desde aquí un beso y muchas gracias a Rodolphe por este superregalo.
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