Enseguida, empezaron a saludarse unos a otros efusivamente con lo que se me quedó con la convicción de que ellos iban habitualmente a eventos de este tipo. Pero la sorpresa más grande me la llevé cuando el concierto empezó. Ante un grupo que cantaba canciones de soul americano de entre los 60 y 80, todo el bar estaba más que eufórico. Todos bramaban sus canciones a pleno pulmón y lo más curioso, el rango de edades iba desde los 18 hasta los 70.
Y yo, que miraba todo esto como quien mira una película, no dejaba de alucinar. No seré yo quien no se abra a nuevas músicas –aunque he de decir que la música aunque correcta, me pareció muy monótona y repetitiva-, pero eso no parecía a desanimar a ninguno de los asistentes.
Tras el concierto, me despedí de alguno de ellos que habíamos entablado conversación con la sensación de que nunca más les iba a volver a ver… de que ellos iban a volver a su refugio habitual –y probablemente yo también al mío- y sólo iban a volver a salir ataviados para la ocasión en el próximo concierto soulero de las cercanías –en el que probablemente no estaría yo-. Curioso como mínimos cambios dentro de una cultura pueden producir sociedades tan segregadas.
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