¿Nunca os han entrado unas ganas tremendas de escribirle una carta –de amor o cariño- a alguien? Una carta donde decirle todas las cosas –buenas, por supuesto, las que siempre hay que decir- que se quedaron en el tintero, donde hacer como si hoy fuera tu última noche en la faz de la Tierra y por lo tanto, estar en disposición de mandar el orgullo y el amor propio a paseo, donde, aún a sabiendas que es una tarea de por sí inútil, poder clausurar un vínculo de la mejor manera, expresando todo el legado que esa persona dejó en ti…
Yo lo he hecho en dos o tres ocasiones. Y guardo uno de los recuerdos más bonitos de mi vida, al bordarla, al desgranar todo el bien que a veces nos hacemos las personas queridas, al saborear el riesgo y el poder de la sinceridad, al no esperar nada a cambio más que un descanso y satisfacción interna.
Desde aquí os recomiendo a todos escribáis y mandéis una larga carta –con todo lujo de detalles- a modo de testamento de amor. Solo corréis el riesgo de recibir más amor a cambio.
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