Ya estamos rozando casi casi las vacaciones con la punta de los dedos... En breve, me llenan la casa un montón de pilares de mi existencia y comienzan los primeros aires de libertad, pachanga y descanso, y empezamos una colección de noches de risas, salidas, cantos, bailes, playas, fiestas y farras con gente querida.
Ya sólo quedan los últimos coletazos de trabajo duro y en seguida, se torna todo de un color vacacional inolvidable.
Luego Yuki y yo fuimos a la playa, nos tumbamos en la arena y nos pasamos el resto del día mirando el mar y el cielo. Apenas hablamos. Aparte de darnos la vuelta de vez en cuando, lo único que hicimos fue dejar pasar las horas. El sol quemaba la arena sin piedad. La brisa marina, cargada de una suave humedad, mecía, cuando se acordaba, las hojas de las palmeras. Yo, amodorrado, me adormecía hasta que la voz de alguien que pasaba a nuestro lado o el viento me despertaban. Entonces me preguntaba donde estaba y tardaba un poco en caer en la cuenta de que estaba en Hawai. El sudor, mezclado con la crema bronceadora, me corría por la mejillas. Los sonidos, igual que las olas, iban y venían, confundidos con los latidos de mi corazón. Y éste volvía a ocupar un lugar en el vasto entramado del mundo. Todos mis resortes se distendieron y me relajé. Se había impuesto un descanso.
Baila, baila, baila. Haruki Murakami.