Lo primero que me dijo una enorme mayoría de extranjeros en Francia -principalmente del sur de Europa o Sudamérica- que conocí cuando llegué a Paris fue: “Si, Paris es preciosa, pero es de color gris. Verás como al principio no te importará, pero luego matarás por unos rayos de sol.” Para mis adentros, pensé que eso era algo muy personal y que cada uno hace balance de lo que tiene o no, y si le compensa o no –no en vano, Paris es una de las capitales más pobladas de Europa, por algo será-.
Tras este discurrir de meses intensos y deliciosos en Paris, si, reconozco que su cielo a veces se mimetiza con el de las paredes: suele ser un color grisáceo como de pared ligeramente tintada por el paso del tiempo. A mí, todavía no me ha afectado –si es que lo hará en algún momento-, sigo viendo la belleza en los balcones, en las casas, en las gentes.
Sin embargo, en Paris, también existen ese repentina retahíla de días luminosos, en los que el cielo está profundamente azul y el sol brilla con fuerza; en los que hace algo de fresca, y un abrigo es estrictamente necesario –mis días favoritos: sol y fresco-.
En esa tregua de días cuado el invierno está agonizando, el mundo entero se echa a las calles a sentir esa luz que inunda los sentidos. Se puede sentir como los rayos de sol acarician los rostros y, estos felices, explotan con una sonrisa automática; como aquellos problemas que hayan podido formarse en las oscuridades invernales, quedan enterrados en ellos y sólo la luz, los brotes y las alegrías premonitorias de una primavera, que se anuncia radiante, amplifican la belleza y la potencialidad de esta ciudad.
En esos momentos, te das cuenta de que todo, absolutamente todo –desde las cosas más evidentes hasta las cosas difícilmente mejorables, se amplifica con la luz natural del sol. Que algo de oscuridad es también necesaria para poder apreciar el contraste. Que no vale la pena recrearse en las oscuridades, porque luego llega un simple rayo de sol y es capaz de derretirlo todo. Que no falten días llenos de luz en nuestras vidas.
Placeres físicos y dolores físicos. Placeres sexuales antes de nada, pero también el placer de la comida y la bebida, el de reposar desnudo en un baño caliente, de rascarse un picor, de estornudar y peerse, de quedarse una hora más en la cama, de volver la cara hacia el sol en una templada tarde a finales de primavera o principios de verano y sentir el calor que se difunde por la piel.
Diario de invierno. Paul Auster
¡Arriba el solecito primaveral! Yo creo que sí echaría en falta la luz que aquí también irrumpe en invierno... Creo que sí, porque sin querer, cuando hay muchos días "arrugados" seguidos, también lo nota mi ánimo... ¡Besotes, Timonera! ¡A disfrutar del solecillo comiendo de ese pan tan delicioso del que ya nos hablaste en otro post! Muac :-*
ResponderEliminarLuz: ¡Arriba! Si, tenemos la suerte de venir de sitios tremendamente solares... ¡Y se nota!
ResponderEliminarMañana desayuno al sol a tu salud. ¡Un abrazo!