Recién llegada de la Argentina, ése país extenso con enormes costas y montañas, voy a tratar de poner palabras a las vivencias que han transcurrido durante estas tres semanas con más o menor éxito.
Así, os contaré, que
una vez más, Sudamérica me ha hecho sentir como en casa. Que los argentinos son seres extremadamente amables, que cuentan con la solución a cualquiera que sea tu problema con sólo preguntarles. Que en esa Argentina tan indígena al límite con Bolivia y Chile, existen montañas multicolores –de siete y de catorce, para ser más concretos-, que los cactus gigantescos campan a sus anchas, que pasear por la
Quebrada de Humahuaca se asemeja a ser una
Curiosity perdida en Marte, que en los cauces de los ríos secos se pueden observar manadas de vicuñas corriendo como gacelas, que existen multitud de pájaros negros, rojos y verdes, jamás visualizados antes, que Alex y David –unos jovenzuelos cuidadores de llamas- se prestan a hacerse una foto sin el menor sonrojo a cambio de un poco de chocolate para llevar a su casa en el medio de la montaña desierta –eso sí, con paneles solares siempre-, que probar el pollo loco de
Abra Pampa es una experiencia única y sensorial que te inmuniza para todos los males de por vida, que preguntes por un restaurante a un local en
Humahuaca y te inviten a comer asado a casa de unos amigos es mucho más normal de lo que parece, que la mejor cerveza de Argentina es la
Imperial, que es difícil de encontrar y requiere una búsqueda concienzuda.
Que ver salir el Sol tras las montañas de
Tilcara al amanecer, mientras se toma mermelada casera de uva, es un lujo inexplicable, que observar la constelación del Escorpión, acompañado de Marte y Saturno durante todo el viaje es realmente memorable, que avistar la Cruz del Sur, un Orión dado la vuelta o una Vía Láctea despampanante desde cualquier aldea diminuta suprime las palabras, que en el noroste de Argentina a más de 3000m, las temperaturas suben y bajan más de 20 grados de la noche al día, que la gente vive realmente con muy poco, que sin embargo, ofrecen un plato de pasta gratuitamente y sin pedir nada a cambio, que incompresiblemente- los coches gigantescos último modelo abundan demasiado, que la sanidad es pública y universal, que las recetas médicas se escriben en trozos de publicidad electoral reciclados, que el Chevrolet como auto de alquiler es la última moda, que todas la dueñas de los hostales fantásticos se llaman Patricia –o Pato-, que Charly de
Tilcara crea lámparas a partir de calabazas de una manera casi mágica, que comer carne es la única opción posible en Argentina -el pescado es casi tóxico-, que el viaje de
Purmacarca en dirección a
Atacama consiste en una carretera que quita el aliento a nivel de vértigo y visual, que visitar
Salinas Grandes es conocer el concepto –tan borgiano- de infinito, que los tres salares mayores del mundo se concentran en 400km a la redonda, que leer un “
Chancho te amo” escrito con piedras en el cauce del río
Grande –siempre seco- provoca una mueca de ternura al que lo atraviesa.
Que los domingos de invierno soleados en
Salta el parque se llenan de niños creativos, que los campaneros de la catedral imparten conciertos sin pedir permiso, que Heinz y Mónica –dos alemanes instalados en
Salta- adoran el vino, el arte, las buenas costumbres y el pan casero, que en cualquier parque se puede encontrar un pobre poni y una pobre llama de exposición, que los 200 años de independencia de los españoles se celebran hasta en las cuevas, que la pampa no es otra cosa más que campos muy planos semi-pelados, que el Altiplano Argentino se parece muchísimo al de Bolivia –no es casualidad que estén al lado-, que la vida vale muy poco en general, que los salteños tan pronto se santiguan cada vez que pasan por delante de una iglesia como responden risueños a la proposición de hacerles una foto, que todas las calles de Argentina comparten los mismo nombres, que el negocio del estanco multi-todo está en auge en esas tierras.
Que viajar a
Cafayate por la
Quebrada de las Conchas es como protagonizar un cuento de hadas, que regalos como la
Garganta del Diablo, el
Anfiteatro, el
Castillo, el
Sapo o el
Obelisco te reconcilian con la naturaleza, que la
Quebrada de las Flechas es una aventura jasca a través de la ruta 40, que un recorrido guiado por las pinturas rupestres y los observatorio de Cafayate de–¡uy! un montón de años- de la mano de Miriam, sus parcas palabras y sus cabras, no tiene desperdicio, que por el amor a la
Pachamama está completamente justificado tirar el vino en la mesa, que el bife es un plato para corredores de fondo, que el bife de chorizo no lleva chorizo ni nunca lo hizo, aunque nadie sabe porqué, que las empanadas –empanadillas españolas sin freír- es un plato tan típico como los pinchos, que realmente son manjares celestiales, que en Argentina todo tiene mil colores, que lo más normal es encontrarse personas-champiñón apareciendo al lado de la carretera haciendo tareas rutinarias, que en
Cafayate cualquier vino de la casa sabe a gloria, que un desvío estrecho dirección a los
Médanos aterriza en unas dunas inmensas de arena blanca.
Que
La Rioja Argentina está llena de restaurantes exquisitos, que en el
Joaquín –un bar homenaje a Sabina- una puede leer uno de sus poemas canciones, degustar un cabrito al horno de infarto, o charlar afablemente con sus camareros, que en el parque nacional de
Talampaya habitan varias parejas de cóndores de los Andes, que éstos son monógamos y vuelan siempre juntos, que dentro del parque existe una réplica casi exacta de la
Sagrada Familia, que el uso obligatorio de guía convierte la visita en atracción de la tercera edad, que la visión de la chuña es sobrecogedora, que este animal se cree descendiente de los dinosauros –y de hecho, camina como tal-, que pagar 200 pesos por lavar un gran saco de ropa interior es un regalo, que realizar carrovelismo en un desierto vacío de sal de la mano de Armando es inolvidable, que los autobuses son el medio para moverse mientras que los trenes brillan por su ausencia, que
Andesmar te lleva a los Andes y al Mar, que
General Güemes es una estación a evitar esperar demasiado.
Que el
Aconcagua, la montaña más alta de América, está escondida entre otras montañas, a sólo 7 km de la frontera con Chile, que cuando por fin se le ve esplendoroso, viene un matamico –una especie de águila- de los Andes a posarse tranquilamente sobre el cartel que marca sus 6900 m de altitud, que cerca de allí se encuentra el precioso
Puente de Inca con aguas termales incluidas que les da un color anaranjado, que en
Puente del Inca se encuentra la única oficina de correos de toda Argentina con sello propio, que un sello viene a costar un riñón, que los mendozinos realizan tándems bici-vino de la mano de
Mr. Hugo los fines de semana, que en la destilería
Tierra de Lobo es muy recomendable probar el licor de mandarina de manos de un suizo argentinizado, que
Mendoza tiene una plaza central con otra plaza más pequeña en cada esquina, que en un edificio de varios pisos en una de esas plazas, existe un restaurante no anunciado con vistas a los
Andes, buena comida y mejor precio, que el restaurante
Azafrán en
Mendoza es demasiado pijo para ser cómodo, que el trabajo de Url consiste en aconsejar sobre el vino adecuado a su público, que Mendoza tiene socavones en todas sus calles –arreglados con mayor o menos gracia- debido a un terremoto que hundió la ciudad. Que existe un importante gradiente norte a sur –de menos a más- en cuanto a semáforos para peatones, señores champiñones, calzadas y posibilidades de pagar con tarjeta.
Que Buenos Aires es una ciudad preciosa, limpia, ordenada y con luz, que los árboles centenarios de Buenos Aires con sus troncos gigantescos son de las cosas más impresionantes que una haya visto jamás, que el barrio de
Boca, lleno de colores, monumentos a Maradona, estadio de la bombonera y bailadores de tango para guiris resulta demasiado turístico casi visualmente, que
San Telmo contiene la cuna de mi adorada
Mafalda a la vez que una tradición más sana de tango, que
Mafalda es un ídolo nacional muy querido en Argentina -al igual que
Evita Perón-, que Agustina es la casera más apañada del mundo con sus cápsulas nexpreso, que todos los verbos se acentúan al final -incluso ortográficamente- en Argentina, que el acento
porteño derrite nada más escuchar un
¿viste?, que la
calle Corrientes es el paraíso de las librerías donde se puede pasar de una a otra –todas inmensas y repletas- casi contiguamente, que los libros están más caros que en Europa –aunque sean de Borges o Cortázar-, que resulta casi imposible encontrar una camiseta blanqui azul número 10 sin el nombre de Messi inscrito, que los abueletes más cultivados se dan cita a la sombra de un árbol milenario en el barrio de la
Palermo para jugar al truco todas las tardes, que el
Obelisco es el centro neurálgico de la ciudad, que es también un foco de atracción por el que se acaba pasando varias veces al día, que la Casa Blanca es
Rosada en Buenos Aires, que la manifestación y la política parece un deporte nacional, que las Madres de Mayo son consideradas como heroínas para mucho, que un buen argentino no puede salir de casa sin su mate y su termo, que los autobuses urbanos intentan constantemente realizar su propio record de velocidad, que pagar con tarjeta siempre provoca un encogimiento de estómago ante la incertidumbre de si funcionará o no, que Buenos Aires está atestado de restaurantes –auténticos- italianos, que el tango improvisado resulta difícil de encontrar para un turista, que una vez identificado resulta clasista, machista e hipnotizante a partes iguales, que la catedral de Buenos Aires se enclava entre edificios y como te despistes, te la saltas, que Serrat y Sabina son conocidos y admirados, que Borges es una referencia para muchos, que en el
cementerio de la Recoleta los difuntos compiten con las billeteras de sus vivos.
Que atravesar el mundo en la mejor de las compañías –un besote desde aquí, Rodolphe-, para descubrir otras maneras de ser, vivir, y existir y aún así, sentirte pequeña y también como en casa al mismo tiempo, es un lujo alcanzable que todos deberíamos disfrutar de manera ilimitada.
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad.
El Aleph. Jorge Luis Borges