domingo, 28 de septiembre de 2014

EL RESPINGO DE LA MEMORIA


Estoy rodeada de lejanas presencias y cercanas ausencias, del recuerdo de otros y de las corrientes de mi propia memoria. 

Buzón del tiempo. Mario Benedetti

miércoles, 24 de septiembre de 2014

EL INSTINTO DE SUPERVIVENCIA


Resulta increíble comprobar la elasticidad de nuestra fuerza. Poder echar la vista atrás, y comprobar que nuestra ilusión, cabezonería o fuerza voluntad nos ha hecho llegar hasta donde hemos llegado. Comprobar que las veces que nos hemos encontrado agotados, en el límite de nuestras fuerzas, al mando de un volante tembloroso con el indicador de la reserva de gasolina en rojo, la propia vida nos ha dado una tregua en forma de abrazo, consejo o palabras balsámicas. Sabernos buenos conocedores –aun inconscientemente- de los resortes de nuestros laberintos, como para no permitir que nada, ni nadie, nos vacíe del todo. Exprimirnos, machacarnos y esforzarnos para, a la vez, saber cuidar de nosotros mismos como si se tratara de nuestras propias crías. Ser capaces de llegar al hartazgo ante aquellos que sólo nos hacen daño. Expandir los límites de nuestra esencia para contraernos cuando sea necesario. No dejarnos agotar al 100%. Reconocernos seres supervivientes.

No, pero... el dolor está bien, ¿sabéis? Menos mal que existe... El dolor es la supervivencia, niños... ¡Sí, sí! Si no existiera, dejariamos las manos en el fuego, y así aún conservamos los diez dedos de las manos ¡es porque soltamos un taco cuando fallamos con el martillo y nos damos en el dedo en lugar de en el clavo!

Anna Gavalda. El Consuelo.

sábado, 20 de septiembre de 2014

EL ABRAZO CERTERO


Dice que su deber era cuidarte y su obligación llenar tu vida de risas y que no pudo, que lo perdones por haberte fallado, que su única intención fue quererte y que no supo cómo hacerlo pero que siempre has sido y serás la persona a la que más ha amado en la vida. 

Tan veloz como el deseo. Laura Esquivel.

domingo, 14 de septiembre de 2014

REPASANDO LA JUGADA



El otro día quedé a cenar con Chantal, la que fue mi supervisora hace ya ocho años, cuando hice en Paris una estancia de dos meses y me enamoré perdidamente de esta ciudad. Como cualquier ocasión en la que la vida te permite juntarte con un buen amigo para compartir el pan y la alegría, la noche se llenó de risas, guiños y algún que otro divertido malentendido lingüístico. De vuelta a casa, empecé a repasar los movimientos de mi particular jugada de ajedrez que me había colocado en esta posición privilegiada del tablero. Me di cuenta lo poquito que hace falta para que la vida de un vuelco de muchos grados.

He aquí el relato de la jugada de Paris: Cuando yo hacía el doctorado, mi director decidió de repente que Paris podía ser un sitio para hacer una estancia. Así, escribió un correo a Florence, una científica que trabajaba en un centro de investigación y le preguntó si le parecía bien. Las circunstancias hicieron que Florence no leyera el correo hasta una semana más tarde y, mi jefe, al ver no que no contestaba, perdió la paciencia y contactó con Chantal, quien contestó ipso-facto. Ese movimiento cambió una gran cantidad de cosas en mi vida. Aquí conocía a grandes amigos que han seguido a mi lado todos estos años –Manu, Juan, Myriam… un besazo desde aquí -, fui enormemente feliz a la orilla del Sena, conocí la locura, la libertad y el arte en primera persona y me propuse que tarde o temprano viviría en esta ciudad… y como buena aragonesa tozuda que soy, aquí estoy.

Y una no puede dejar de pensar lo sutil de los movimientos del destino. Si Florence hubiera contestado al día siguiente, habría hecho la estancia con ella y quizá no hubiera saboreado mi estancia como lo hice, quizá no me hubiera alcanzado la flecha de esta ciudad como lo hizo, quizá nunca hubiera conocido a las personas maravillosa que conocí… o quizá si. ¿Quién sabe?

El caso es que el día en que Chantal vino a la lectura de mi tesis como miembro del tribunal, me di cuenta de que las personas que te cruzas en el camino son, de una manera u otra, imprescindibles, que dejar de hacer pequeñas cosas porque “no pasa nada” o hacer aquellas que cuestan poco esfuerzo, son precisamente las más cruciales, y que nada pasa porque sí.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

VECINDARIOS



No deja de ser emocionante ese momento en que descubres que estás empezando a comprender ligeramente a los habitantes del sitio que ocupas, que te los estás ganando, que estás entendiendo ciertos comportamientos, que estás dejando una pequeña huella, que estás abriendo un tímido sendero hacia ellos, que puedes empezar a seleccionar lo mejor de esta vida y a valorar lo mejor de las anteriores.

El francés, de natural bondadoso en contraposición al francés desagradable: en los tres años y medio que viviste entre ellos, conociste a algunos de los personajes más fríos y mezquinos sobre la faz de la tierra, pero también a los más cálidos y generosos, hombres y mujeres, que has conocido en la vida.

Paul Auster, Diario de Invierno.

sábado, 6 de septiembre de 2014

DE NOVELA AÉREA

Lo creáis o no, hoy me he encontrado a Mario Vargas Llosa. Así, como lo digo. Al poco de comenzar un fin de semana fugaz con motivo de la boda de unos amigos, he aterrizado en Barcelona a primera hora de la mañana, y poco después de salir del avión, me he cruzado con alguien que se parecía mucho a él… Y en efecto era él.

Como ya viene siendo habitual cada vez que me encuentro a alguien bien conocido, me he lanzado, le he saludado, dado la mano, le he contado que me había sumergido en muchos de sus libros en mi vida -que, por cierto, muchos de ellos han sido comprados y consumidos en aeropuertos- y le he agradecido los buenos ratos que he pasado con sus historias tan cerca de mis sueños. Y él, a su vez, me lo ha agradecido. La verdad es que me he quedado petrificada. Nunca pensé que pudiera darle la mano, mirar a los ojos y sonreírle a un premio Nobel de Literatura –con el que además compartimos fecha de cumpleaños-. Increíble.

Sin embargo, me ha dejado bastante preocupada el hecho de que no he visto ni atisbo de reconocimiento a su alrededor. Generalmente, cuando me he encontrado a gente “famosa”, como actores, actrices, músicos, directores de cine, etc… Suelo ver un movimiento de masa a su alrededor. Algo parecido a saber que existe materia oscura en el universo sin verlo. Sin embargo, en el caso del señor Vargas-Llosa, el movimiento ha brillado por su ausencia. Creo que casi nadie le ha reconocido. Me juego un riñón a que si se hubiera tratado de cualquier personaje que abundan en esos seriales que ocupan las televisiones por las tardes, y cuyo trabajo consiste en insultar, berrear y ser maleducado, todo el mundo se habría volcado con ellos. Sin embargo, nadie parece notar la presencia de alguien que ha deleitado la mente de tantas personas a nivel mundial, que nos ha extasiado con historias, con diálogos, con lenguajes inusitados, con descripciones tremendamente realistas de parajes y épocas que nunca llegamos a vivir. Me parece triste. Muy triste. Tremendamente triste.

Y nadie nos salvamos de esto. El cine, como quizá la literatura, como quizá el arte en general es algo que todos podemos llegar a usar si lo cultivamos suficientemente y por lo tanto, podemos estar más acostumbrados a sus protagonistas. Sin embargo, es casi seguro que alguna vez en nuestra vida viajaremos al lado de un premio Nobel de física o economía; compartiremos mesa con el descubridor de una vacuna tremendamente efectiva; haremos cola detrás de descubridor del primer exoplanetas, etc, etc… Y nunca seremos conscientes. Supongo que inevitablemente siempre será así. Seguiremos estando solos en nuestra lista particular de valores que admirar.

Gracias a él, descubrí que la predisposición para los idiomas es tan misteriosa como la de ciertas personas para las matemáticas o la música, no tiene nada que ver con la inteligencia ni el conocimiento. Es algo aparte, un don que algunos poseen y otros no.

Travesuras de la niña mala. Mario Vargas Llosa

miércoles, 3 de septiembre de 2014

CON LOS PIES EN LA TIERRA

Recomendaciones: Disponed de una hora y media libre, tomad asiento, serviros una buena copa de vino y prepararos para asistir a esta cita como un científico más.

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Nos os defraudará. Será una de esas noches de conversación tan interesante que no querréis que se acabe. Sólo querréis más. Bravo por las ideas geniales.

Lo mejor para la tristeza -contestó Merlin, empezando a soplar y resoplar- es aprender algo. Es lo único que no falla nunca. Puedes envejecer y sentir toda tu anatomía temblorosa; puedes pemanecer durante horas por la noche escuchando el desorden de tus venas; puedes echar de menos a tu único amor, puedes ver al mundo a tu alrededor devastado por locos perversos; o saber que tu honor es pisoteado por las cloacas de inteligencias inferiores. Entonces sólo hay una cosa posible: aprender. Aprender por qué se mueve el mundo y lo que hace que se mueva. Es lo único que la inteligencia no puede agotar, ni alienar, que nunca la torturará, que nunca le inspirará miedo ni desconfianza y que nunca soñará con lamentar, de la que nunca se arrepentirá. Aprender es lo que te conviene. Mira la cantidad de cosas que puedes aprender: la ciencia pura, la única pureza que existe. Entonces puedes aprender astronomía en el espacio de una vida, historia natural en tres, literatura en seis. Y entonces después de haber agotado un millón de vidas en biología y medicina y teología y geografía e historia y economía, pues, entonces puedes empezar a hacer una rueda de carreta con la madera apropiada, o pasar cincuenta años aprendiendo a empezar a vencer a tu contrincante en esgrima. Y después de eso, puedes empezar de nuevo con las matemáticas hasta que sea tiempo de aprende a arar la tierra.

The Once and Future King. Terence White.