lunes, 20 de junio de 2016

EN TIERRA DE ARTES (Y CULTURAS)

Acabo de volver de conocer un país nuevo y que le tenía muchas ganas: Grecia. Aunque tan sólo he estado seis días, cuatro y medio de ellos trabajando y sólo en tres sitios: Mykonos, Delos y Atenas, creo que al menos, he aumentado mi conocimiento sobre este país, tan antiguo, tan anclado en la cultura de Europa y del mundo. 

Así, he aprendido que Grecia es como su bandera, muy azul y muy blanca, que el griego es un idioma con palabras muy largas y muy extrañas que, sin embargo, suena a español de Aragón –si, reconozco que tengo un sesgo-, que te sobresalta cuando escuchas unas palabras y esperas ver aparecer a alguien de tu familia en cualquier momento. Que la impresión que te sobreviene cuando les escuchas hablar en inglés es que van acabar diciéndote que son españoles. Que aprender a dar las gracias conlleva un esfuerzo mental importante: consiste en acordarse de llamar a Evaristo, quitarle la v, añadir una f y poner un marcado acento en la ó. Funciona. Que además, el vocabulario guiri estándar se limita a Jroña que jroña –gracias a aquel anuncio de yogurt griego de hace ya muchos años-, Kalimera, Kalispera y Kalinixta gracias a las reminiscencias a Calimero y su huevo en la cabeza. Que ver los carteles de las cosas en griego, cuanto menos desorienta. Que te sientes aislada en una cultura muy lejana pero gracias a los conocimientos de matemáticas, llegas a reconocer ciertas palabras. Que la escritura occidental de un griego –por ejemplo en los restaurantes- es fácilmente reconocible, más bien cuadrada y de rasgos geométricos como su alfabeto.

Que el peso de una historia larguísima te aplasta en cuanto se sale del metro en Monastiraki. Que visitar la Acrópolis Ateniense – con su espectacular Partenón, y sus otros templos y anfiteatros- es sinónimo de maravillarse –aunque sea a 35 grados y con un sol ardiente- con la majestuosidad de lo que allí se coció hace miles de años. Que automáticamente a tu mente acuden esas imágenes del libro de historia del colegio con el estilo dórico de sus capiteles. Que contemplar la Acrópolis iluminada por la noche desde las terrazas de Plaka, adornada con la Luna y Marte corta la respiración y hace mucho más lógico las creencias en Dioses y mitologías. Que contemplar el estadio Panathinaikó, el primer estadio de atletismo de los juegos olímpicos modernos, todo de mármol blanco no deja palabras para más. Que pasear por el Ágora, una explanada llena de restos arqueológicos donde la filosofía, el arte, la música, o la política fueron inaugurados en la historia de la humanidad, induce profundo respeto. Que tenemos una gran deuda con este pueblo que centró su atención por primera vez en la belleza y exploró los límites de las artes.

Que la fisonomía de los griegos es bidual: existen los griegos salidos de una película, con barba y cabello rizado y nariz griega–tipo Hércules- y los tipos más pequeñitos y achaparrados, más morenos y con narices aplastadas, probablemente descendientes de países limítrofes. Que las sandalias griegas –a lo disfraz de Aquiles- son el producto estrella para vender a los turistas y las tiendas que las venden se encuentran casi en cada esquina. Que por el contrario, las librerías –con excepción de la biblioteca de Adriano, de más de 2000 años de antigüedad- escasean por no decir que son inexistentes. Que los griegos son seres extremadamente musicales, que a nada que les des una lira o un buzuki, se ponen a tocarlo, a cantar o a bailar, según les inspire el ánimo. Que existen ciertas canciones griegas con muchas reminiscencias a canciones de la Ronda de Boltaña o incluso a jotas aragonesas.

Que el carácter griego no es el más risueño del mundo. Que tienen una manera de comunicarse más bien seca y directa, sin andarse con florituras, sin decir una palabra cariñosa que no sienten en realidad. Que me pregunto si no tendrá algo que ver las guerras del pasado y sus Espartas. Que a su vez, están dispuestos a ayudar si lo necesitas, y a contestar aquellas preguntas que hagan falta.

Que la comida griega –como todo el mundo sabe- es deliciosa y con mucha variedad: exquisiteces en forma de musaka, pescado, olivada, hummus, hojas de parra con arroz, yogurt y otras exquisiteces son excelente las pidas donde las pidas, y siempre por un precio demasiado asequible para ser cierto. Que pagar 15 euros por una cena de la que no puedas ni acabarte todo lo que te dan provoca el regocijo incomparable al encontrar un buen restaurante –cosa asegurada en Grecia, me temo-. Así mismo, que el monopolio de los botellines de agua en toda Atenas –incluyendo el aeropuerto- haga que su precio ascienda a cincuenta céntimos provoca una simpatía innata por estos seres que se niegan a aprovecharse de unos turistas sedientos. Que los camareros griegos son capaces de invitarte a otra caña de Alpha y a un postre si les echas suficientes piropos a sus musakas. Que nuestro café con hielo de toda la vida, se llama café frappé en Grecia. Que si lo pides sin leche ni azúcar te dicen abiertamente que eres un poco raruna, pero lo hacen y sabe a gloria. Que el sistema de dejar todas las servilletas de papel enrolladas dentro de un vaso por si necesitas más, es simple, eficiente, limpio e identificativo.

Que Mykonos fue la isla favorita de Jackie Onassis y que allí abundan una mezcla de ricachones excéntricos, jóvenes hippies y gays muy bronceados. Que sentirse por unos días una falsa rica y ver la puesta del sol en el Mediterráneo desde tu balcón o escuchar las olas del mar mientras desayunas es, cuanto menos, una experiencia impresionante. Que dejarse llevar el equipaje ya es demasiado. Que encontrarse a dos amigos de Estados Unidos que hace cinco años que no ves –un beso desde aquí Giu y Michael- , tomando unos días de vacaciones en el hotel de al lado, pone al mundo automáticamente a la escala de pueblecillo. Que la temperatura constante –a cualquier hora del día o la noche- de 24 grados es ideal y perfecta, que esa brisilla que acaricia alivia muchísimo los efectos de un sol abrasador. Que al contrario los 40 grados de Atenas son mucho más aplastantes y se necesitan kilos de crema solar para atreverse a pasear por sus calles. Que Atenas no está demasiado limpia, que siempre hay música y bullicio de fondo, como si hubiera una fiesta latiendo muy cerca en algún lugar. Que hay muchísima gente joven durmiendo en sus calles. Que a nadie parece importarle demasiado. Que darse un garbeo por las islas Cícladas a lomos de un transatlántico cargado con autobuses, coches, escaleras mecánicas y teles de pantalla plana retransmitiendo la Eurocopa hace una se replantee la mecánica de fluidos seriamente. Que abandonar tu asiento y ensimismarse con el azul, la brisa marina es infinitamente mejor que el mejor de los masajes relajantes.

Que a pesar de la situación geográfica de Grecia, enclavada en los Balcanes, limítrofe con Turquía y muy cerca de África, ésta da la impresión de compartir un espíritu mucho más cercano a Europa que a otras culturas. Que los nombres de las regiones griegas sean probablemente los más conocidos del mundo -todos hemos oídos hablar alguna vez de Olimpo, Esparta, Creta, Ítaca, Samos, Rodas, Corinto, etc.-. Que la mitología griega es siempre entretenida y rebuscada a partes iguales –como si de un culebrón de la antigüedad muy almodovariano se tratara-. Que en Delos –uno de los pocos sitios inhabitados del planeta- nació Apolo y Artemisa –siempre según la mitología- porque su madre, Leto, amante de Zeus, era perseguida por Hera y buscaba una isla que le permitiera dar a luz y casualmente Asteria, la hermana de Leto, que no era otra más que la propia isla que vagaba por haber rechazado a Zeus, la albergó. Que al lado del templo de Hefestión, en la Ágora ateniense- se pasea a sus anchas la tortuga griega más fotogénica de Grecia. Que ante su magnificencia, los turistas bajan sus cámaras y observan ensimismados sus movimientos lentos. Que Grecia está infestada de gatos. Que se pasean sin ningún tipo de vergüenza por los bares y restaurantes y dormitan de una manera muy humana con el calor en los bancos a la sombra que encuentran.

Que conocer una pieza clave del puzzle de la historia de la Humanidad parece que arroja algo de luz para comprender muchos de las razones como marcha el mundo.

jueves, 9 de junio de 2016

ORILLAS INUNDADAS


Quería detenerse junto a la orilla y mirar largamente las olas, porque la visión del fluir del agua tranquiliza y cura. El río fluye de una edad a otra y las historias de la gente transcurren en la orilla. Transcurren para ser olvidadas mañana y para que el río siga fluyendo. 

La insoportable levedad del ser. Milan Kundera