domingo, 26 de enero de 2014

RELACIONES LIBRETALES

Siempre me gustaron las libretas: las grandes con muchas hojas para seguir una clase o un curso durante un año, las pequeñas de bolsillo para estar allí en cualquier momento en que los necesites –si, me doy cuenta de que esto se ha quedado anticuado con las nuevas tecnologías, pero donde esté un papel manuscrito, que se quite lo demás-, las de tamaño medio con tapas duras y un diseño propio de un museo para dedicarlas a algo precioso y especial que te apetezca: coleccionar tus retazos de una ciudad, hacer una lista infinita de tus logros a largo plazo, apuntar el momento bueno de cada día… En resumen, que para mí un montón de hojas con un lomo, una espiral y una portada siempre ha tenido mucho más significado que un manojo de folios sueltos.

Hace un par de días, mi amiga Myriam –un besazo desde aquí- me regaló una libreta preciosa hecha por ella que, junto la que me regaló mi amiga Cris para mi nueva etapa se han convertido en las libretas vitales oficiales de París, donde voy a ordenar –según mi propia métrica- mis vivencias Parisinas.

Por otro lado, hace ya años que lamento haber perdido ese hábito de la libreta-faro a nivel laboral. Lo había tenido durante toda mi adolescencia y en la carrera universitaria pero, cuando empecé a trabajar, de una manera inconsciente empecé a notar unas miradas algo paternales con lecturas al estilo de: "ya eres mayorcita para un cuaderno" o “eso no es demasiado profesional", junto con argumentos como los de "no hay nada más cómodo que llevarse un puñado de folios para un viaje de trabajo", a lo que sucumbí sin darme cuenta. Desde entonces, perdí ese grado de organización y metodización en el trabajo que me gustaba tanto: escribía resultados en un folio que luego no sabía donde había puesto, no sabía cuando o qué me había motivado a escribir las cosas, o no sabía como recordarme el punto del proceso en que dejaba algo durante una semana con lo que tenía que recurrir a esos posits amarillos escurridizos que, de tan homogéneos, se minimizaban con el paisaje del despacho.

Así que ayer decidí acabar con eso. Me fui a una tienda de material de oficina y me compré mi nuevo cuaderno laboral de París. Con secciones separadas con hojas de cinco colores diferentes para poder hacer varios proyectos a la vez. Con un grosor considerable para que pueda permitirme empezar y acabar proyectos allí mismo. Lo creáis o no, eso me ha dado mucha paz. Presiento que cuaderno y yo, acabamos de empezar una relación tremendamente personal y profesional.

jueves, 23 de enero de 2014

LA COTIDIANIDAD



Me resulta muy curioso lo que ocurre cuando uno se va a vivir a un país nuevo. En principio, uno podría jugar el juego de escoger una nueva personalidad, escoger ser más serio, interesante, parlanchino… y probar a ver cómo le resulta. Sin embargo, a día de hoy es difícil viajar a algún sitio donde no conozcas realmente a nadie ya y además… sólo unos pocos consiguen agenciarse una nueva personalidad, como el que se cambia de abrigo.

El caso es que la gente que me está conociendo estos días se está forjando una opinión de mí algo distorsionada de mí. Probablemente piensen que ando metida con algún estupefaciente. Muchos –mayoritariamente extranjeros en Francia- me miran con extrañeza, tratando de entender porqué estoy contenta, porque ando siempre con una sonrisa por la calle… como si ellos hubieran olvidado que viven en la ciudad de las Maravillas.

Y aquí sigo… Todavía pellizcándome para darme cuenta de que poco a poco, comienzo a mordisquear tímidamente esta ciudad –y perdonad mi monotematismo últimamente, pero es que todavía no me acabo de hacer a la idea-. Me deleito escuchando y chapurreando el francés, ese idioma tan elegante, tan precioso. Es más me enzarzo en largas conversaciones con porteras, banqueros y señores de correos que me animan efusivamente, encantadores. Me pierdo cada vez que salgo a “comprar algo y vuelvo” o a dar “un pequeño paseo” y aparezco tres horas más tarde en la otra punta de la ciudad, con los pies doloridos y una boca abierta. Sucumbo a la tentación de entrar en librerías, cafeterías y tiendecitas para echar un vistazo que acaba dilatándose de manera inexplicable. Las hojas de mi libreta -que se activa con la gente especial- empiezan a atiborrarse con recomendaciones variopintas. Cada dos por tres me ofrecen el famoso roscón de reyes –la Gallette de Rois, que en Francia está hasta en la sopa durante Enero- y me encasquetan una corona porque me suele tocar la figurita. Cada día libre surgen encuentros con gente diferente, especial en sitios mágicos, increíbles. De hecho, todos los planes me resultan increíblemente apetecibles: llenos de arte, cultura, belleza, gente inquieta...

Y sí, a veces llueve, y hay que tener la cartera abierta muy a menudo, y los metros y los trenes no son los lugares más halagüeños del mundo. Pero eso son nimiedades que se le perdonan a esta ciudad que saca lo mejor de mí, lo transforma y me lo devuelve.

Conocer es a menudo, platónicamente, reconocer, es el brote de algo acaso ignorado hasta ese momento pero asumido como propio. Para ver un lugar es preciso volver a verlo. Lo conocido y lo familiar, continuamente redescubiertos y enriquecidos, son la premisa del encuentro, la seducción y la aventura; la vigésima o centésima vez que se habla con un amigo o se hace el amor con una persona amada son infinitamente más intensas que la primera. Esto vale también para los lugares; el viaje más fascinador es un regreso, una odisea, y los lugares de recorrido acostumbra, los microcosmos cotidianos atravesados durante años y años, son un desafío ulisiano. '¿Por qué cabalgáis por estas tierras?", pregunta el alférez en la famosa balada de Rilke al marqués que avanza a su lado. "Para regresar", responde el segundo. 

El infinito viajar. Claudio Magris

domingo, 19 de enero de 2014

PERSPECTIVAS


Obviamente, yo no tenía ni idea de qué camino tomaría Yuki. Todo ser humano alcanza su cúspide, cada uno a su manera. Una vez que ha ascendido, no le queda más remedio que bajar. Nadie sabe dónde está esa cúspide. Uno se pregunta si todavía no la ha alcanzado y, de pronto, ya has cruzado la divisoria. Nadie lo sabe. Unos la alcanzan a los doce años y luego arrastran una vida insulsa. Otros no paran de ascender toda su vida. Otros aún mueren en la cúspide. 

Baila, baila, baila. Haruki Murakami

miércoles, 15 de enero de 2014

CASI DEIDADES

Los que me conocéis sabéis que me gusta fijarme en las casualidades, en aquellas cosas que se repiten, en las cosas que no tendrían porque pasar de la misma manera, pero lo acaban haciendo… Lo que muchos llamarían supersticiosa y yo llamo esoqueprovocarespeto.


Por ejemplo, me pasa mucho con las fechas –porque también es verdad que siempre he tenido una memoria de elefante para ellas-. Recuerdo hace unos años, cuando volvía a casa para las fiestas de Navidad desde EEUU un 16 de Diciembre, ataqué un libro de Rosa Montero llamado La Función Delta que ella escribió en 1981 y donde la historia ocurría en el año 2010, si no recuerdo mal. Cuando faltaba una hora para nuestra llegada a España y apenas diez páginas de libro, mis ojos llegaron a las líneas finales en donde se leía que el protagonista moría el 16 de diciembre de 2010. Justamente el día en que yo estaba leyendo esto. ¿No os parece demasiado fuerte? No tuve otra más que escribirle un correo a la autora y contárselo.

Otro caso curioso relacionado con las fechas es que, hasta ahora, he trabajado en tres sitios diferentes en mi vida. En los tres sitios me anunciaron el mismo día, un 16 de Enero del 2004, 2008 y 2013 respectivamente, que me habían dado el puesto. ¿Cómo os quedáis?

Y la última anécdota misteriosa es algo que empezó a ocurrirme hace dos años y medio cuando volví a España desde EEUU. En cuestión de dos o tres meses, me encontré unas diez o doce cartas de baraja en diferentes sitios de la geografía española. Ahí estaba la carta, tirada en el suelo, a veces mojada, a veces rota, cada carta de un mazo diferente, de barajas españolas o francesas… Después de ese tiempo, desaparecieron. Ya no volví a encontrar ni una más. Nunca supe qué explicación darle a ese fenómeno, así que las estuve llevando en el bolso durante más de dos años religiosamente –qué se yo, me gustan los bolsos grandes-, hasta que hace un par de meses las perdí –quizá con la mudanza-. Lo curioso del caso es que el día de Navidad pasado, salí a hacer algo de deporte por la mañana antes de la comida y cuando ya llevaba un rato, me encontré, ahí, tirada en el suelo… una sota de espadas. Ya un poco de respeto –sino miedito- da, ¿no? Bien, pues no os alarméis. Según Internet, encontrarse una sota de espadas significa es lo siguiente:


La Sota de Espadas posee una inteligencia ágil y perspicaz. Es tremendamente observadora y analítica. Pasa por el tamiz de la lógica y la razón cualquier situación o emoción que pueda sentir. Jamás se deja arrastrar por impulsos, piensa detenidamente las cosas antes de hablar o actuar. Tiene un carácter firme y una personalidad muy bien construida. Busca ser independiente y autónoma en todos los sentidos: emocional, intelectual y económicamente. Se destaca por la gran confianza que tiene en sí misma, por tener una enorme capacidad de decisión y acción. Necesita perseguir metas elevadas, pues los retos son un estimulante para ella. Básicamente centra sus objetivos en el mundo intelectual. Es una apasionada de los estudios y de las profesiones que requieren un esfuerzo mental. 

Este naipe anuncia una etapa llena de orden y equilibrio en todos los aspectos. Se empiezan a materializar los proyectos que teníamos en mente. Están muy bien orientados y las decisiones que tomamos son las correctas. Es cierto que nos toparemos con pequeños inconvenientes, pero sabremos hallar numerosos caminos de salida. Pronto recogeremos el fruto de nuestros esfuerzos. 


Vamos, ahora mismo firmo. Así da gusto sentirte Truman en pleno show. Una ya esta ansiosa de que llegue la próxima temporada. Os mantendré informados.

domingo, 12 de enero de 2014

VIVIENDO EN EL LUCERO

Tras varios meses de espera ante el reencuentro definitivo con la ciudad de la luz, por fin nos hemos dado un largo abrazo. París, mi nuevo hogar, sigue siendo tan precioso como lo recordaba. Tanto tanto, que casi produce dolor. Allá donde mires tienes un edificio increíble, una tienda maravillosamente adornada –desde una tienda de quesos a un supermercado-, una buena librería, una terraza de un bar encantador, una frutería de cuento, un restaurante alucinante… Por no hablar de los edificios y vistas más majestuosas que todos tenemos en mente. De momento estoy algo débil físicamente y tengo que recuperarme, así que voy a ir esperando su momento adecuado. No hay prisa. Tenemos mucho tiempo por delante.

Hace un par de días, sin ir más lejos, salí del trabajo temprano y como estoy en el barrio de Montparnasse decidí ir a hacer una visita a la tumba de Cortazar. Lo cierto es que dar un paseo es algo demasiado apetecible en París: vas con la cabeza alta, mirando todos y cada uno de los edificios esplendorosos que te encuentras y cuando llegas al punto que te has marcado, piensas… voy a seguir un poco más. Y de esta manera, acabas echando tres horas, y llegas a casa exhausta, pero feliz. ¿Qué os voy a contar? Así es como la Maga y Oliveira se citaban en París.

Además, una cosa que me ha sorprendido es que tenía un recuerdo no demasiado agradable de los parisinos. Tenía una imagen de ellos más bien rudos, antipáticos o demasiado desagradables cuando no te entendían. Esta vez, sin embargo, la inmensa mayoría me están resultando encantadores, tratando de echar una mano cuando pueden, casi todos haciendo el esfuerzo de entender cuando hablo en francés y además, animándome a seguir intentándolo -lo que me hace estar deseosa de practicar en cualquier oportunidad-.

En fin, que son demasiadas cosas vividas en pocos días como para resumirlas en un post…Tengo una sensación tremendamente diferente a cuando me fui a EEUU. Aquí es como reencontrarme con un antiguo amor y descubrirte todavía enamorada hasta las trancas de él. Todavía ando un poco desubicada y no me hago a la idea que ya estoy viviendo aquí: en París. Todavía no soy consciente de que he hecho realidad un sueño antiguo: vivir en esta ciudad. Todavía me cuesta imaginarme que voy a convivir con tanta belleza, con tanta cultura, con semejante obra de arte viviente. Así, cuando me pellizco y me doy cuenta de que así es, me siento como si qué se yo, como si me hubiera tocado la lotería, como si una de las personas más maravillosa del mundo se hubiera enamorado de mí, como si un artista famoso me hubiera escrito una novela, dedicado una canción o pintado un cuadro… Pero luego, pienso que me lo he ganado, que he sido yo la que he orientado mi rumbo hasta aquí. La que he decidido sortear muchos escollos –y tragarme unos cuantas tormentas- para llegar a este puerto. Y entonces… soy yo la que decido que me merezco empacharme de esta ciudad, recibir a la ciudad de la luz llena de luz.

martes, 7 de enero de 2014

LA AVENTURA



Todavía te latirá el corazón con un ritmo acelerado, consciente al fin de que a partir de hoy la aventura desconocida empieza, el mundo se abre y te ofrece su tiempo... Tú existes... Tú estás de pie en la montaña ... Tu contestas con un silbido la entonación de Luneto... Vas a vivir... Vas a ser el punto de encuentro y la razón del órden universal ... Tiene una razón tu cuerpo... Tiene una razón tu vida... Eres, serás, fuiste el universo encarnado... Para ti se encenderán las galaxias y se incendiará el Sol... Para que tú ames y vivas y seas... Para que tú encuentres el secreto y mueras sin poder participarlo, porque sólo lo poseerás cuando tus ojos se cierren para siempre... 

Carlos Fuentes. La muerte de Artemio Cruz.