lunes, 25 de mayo de 2009

IDAS Y VUELTAS



Ya estamos de vuelta… Si algo me queda claro de los viajes, es que no te dejan indiferentes… Los viajes a sitios desconocidos, te descubren nuevas caras de la vida, nuevos lugares en los que –¿porqué no?- podríamos comenzar vidas nuevas, y convertirnos en personas diferentes. Esos sitios -en principio lugares ante los que no se tiene ninguna opinión forjada- pueden convertirse en obsesión, encandilarnos o aborrecernos. Casi con toda seguridad, nos atreveremos a hacer peripecias que en otros sitios resultarían imposibles, dentro de los límites de cada uno, haciéndonos regresar con la sonrisa más ancha.

Luego están los sitios conocidos, aquellos en los que nos hemos dejado algunas pieles en más de un rincón. Esos sitios implican un riesgo mayor al volver, porque toda la estructura construida en tu mente, se tambalea al ver que los lugares cambian constantemente, y que finalmente, lo que echas de menos no son las ciudades, no son las personas… sino las épocas, en unos determinados lugares, con unas determinadas personas.

Sin embargo, estos reencuentros también tienen su parte buena, porque producen cambios y los cambios casi siempre son buenos, principalmente porque nos hacen desechar los absurdeces minúsculas que se habían instalado en nuestra rutina… Estos lugares suelen labrarnos la tierra, removerla, agitarla, desorientarla… con el objetivo final de dejar esa tierra fértil y lista para que las cosas crezcan… Y es cierto que el pensar, replantear, reorientar y volver a mirar las cosas queridas con diferentes perspectivas, nos suele dejar desorientados, confusos y tristes, pero también nos provoca la serenidad de los asuntos zanjados, y la convicción de la existencia de una pequeña fracción de gente, que se torna independiente de las épocas y pasa a engrosar tu gama de imprescindibles.

lunes, 18 de mayo de 2009

EL QUE VIVIÓ ADREDE

El poeta de la alegría:

La alegría sobreviene después a las ausencias, al fin de las nostalgias. Si uno se reencuentra con lo amado y su revelación unánime, es lógico que el gozo nos abrace y a uno le vienen ganas de cantar. Aunque no tenga voz, aunque esté ronco de pasadas angustias. Después de todo la alegría es un préstamo, no nos pertenece. Es una locurita, un premio pasajero, pero la disfrutamos como si fuera propia, como un lucro, como una primavera de la vida. Ella se aferra al tiempo, arrastra su poquito de la infancia y se mete soplando en la vejez. Semana tras semana, año tras año, la alegría va llenando vacíos. Hasta que no puede más y se vuelve tristeza.

El amor:

Cuando uno permanece mucho tiempo sólo, cuando pasan años y años sin que el diálogo vivificante y buceador lo estimule a llevar esa modesta civilización del alma que se llama lucidez hasta las zonas más intrincadas del instinto, hasta esas tierras realmente vírgenes; inexploradas; de los deseos; de los sentimientos, de las repulsiones, cuando esa soledad se convierte en rutina, uno va perdiendo inexorablemente la capacidad de sentirse sacudido; de sentirse vivir.

Y el exilio:

En las huellas de ida los pies se apoyan sin problema, pero en las de vuelta la cosa se complica. Las de ida trazan el camino de los que se fueron, por hambre, por miedo o por las dudas. Las de vuelta dibujan la senda de la nostalgia o del desconsuelo. Las de ida son más hondas, más profundas, resultado de muchas cavilaciones. Las de vuelta son más íntimas, besadas por descalzos, más biográficas. En unas y otras el denominador común es la esperanza. En las de ida la esperanza son brazos y abrazos, todos de lejos. En las de vuelta la esperanza es que la memoria no haga trampas, que nos espere con los ojos de antes, los brazos de cerca, las calles de siempre, los árboles que no se derrumbaron.

Se marchó... definitivamente. Desde un aquí mi más profundo agradecimiento por haberse dedicado a escribir... Benedetti, vivirás mucho tiempo más... Te tenemos atrapado en nuestras páginas, esas que te han hecho inmortal, esas en las que vendiste tanto...


Aquí se venden frutas y verduras, pollos deshuesados, promesas incumplidas, lágrimas congeladas, espejos convexos, pisos flotantes, sonetos sin rima, dólares falsos, variedades de pánico, catálogos de olvidos, ropas informales, discursos inconclusos, membranas asfálticas, faltas de ortografía, plagas de langostas, dogmas encuadernados, plagios no denunciados, costillas de cerdo, llaves en almíbar, camisones usados, primus sin boquilla, saliva de cantantes, cepillos de colmillos, lujuria educativa, simulacros de incendio, celular estreñido, odas en joda, lentillas de contacto y tetillas sin tacto, motos descangayadas, refranes inventados, florilegios sin flores, astracanada inédita, mendigos campanudos, zapatos sin tacón, pastillas para abortos, despertadores estridentes, novelas aburridas, guitarras sin cuerdas, borradores de pésames, guía de cementerios, antología de erratas, versos en esperanto.

martes, 5 de mayo de 2009

DE REENCUENTROS

Y sentir una mezcla de ilusión y miedo. Al volver a los lugares amasados, a los lugares donde se ha sido muy feliz, y también muy triste. Y volver con la incertidumbre de no saber si seguirán ahí, si las cosas habrán cambiado de sitio, si los muebles se habrán reorganizado. Si el estómago te apretará fuerte cuando revivas no ya, los mismo estímulos –todo evoluciona con el tiempo, las chispas y las personas- sino reminiscencias, apreturas en el cinto.

Y sentir esa mezcla de pánico y nostalgia que te sube, se te espesa en la garganta y se incrementa conforme los minutos avanzan y las distancias se acortan. Y desear -momentáneamente- echar marcha atrás y enmarcar esa postal ideal en tu memoria, atemorizada por el riesgo a que los recuerdos almacenados en tu mente se hagan trizas. Sin embargo -te susurras- esos momentos fueron reales, son reales, nada los puede ya cambiar.

Y sentir esa mezcla de alegría y escalofrío producida entonces por los momentos felices que nos aguardan en lugares explorados, en sitios desconocidos, en personas todavía por descubrir, en antiguas personas. Contar el número de veces que la piel se torna de gallina, y descubrir, con asombro y jolgorio, que tiende infinito.

Nos vemos ya, Granada. Desde aquí un abrazo a todos los productores de escalofríos.