sábado, 28 de marzo de 2015

LAS PÁGINAS DE LOS DESEOS



Yo siempre he sido mucho de libretas. Me gusta coleccionar esas de tapas más o menos bonitas, con muchas páginas en blanco esperando a ser llenadas. De hecho, es algo que suelo regalar cuando alguien empieza una nueva etapa: papel inmaculado y un bolígrafo para completarlas.

Así, algunas de mis libretas son diarios, otras recogen mis tickets del cine con sus críticas, otras los tickets de las cenas, conciertos, cervezas y alegrías con gente querida, otras lo mejor de cada día... Y podría continuar. En particular, hoy voy a hablar de la libreta de los deseos.

Esta libreta la comencé casi casi a la vez que este blog, allá por 2008. La idea original era llenarla de cosas que quería hacer en esta vida por muy locas, simples o triviales que fueran. Allí apunté mi lista particular a unos reyes magos imaginarios con peticiones que iban desde “ver una aurora boreal” a “vivir en Paris”, pasando por “tocar la harmónica”, “aprender francés”, etc, etc… En una palabra, todo lo que me permito soñar, por irreal o difícil que fuera.

Tras apuntar la lista inicial de deseos, no volví a abrir esa libreta hasta casi tres años después, cuando repasé aquellos deseos y me di cuenta que muchos se habían cumplido, otros se habían transformado y otros, simplemente habían caducado. Así, decidí marcar los cumplidos con un bolígrafo rojo y enumerar una nueva hornada de deseos renovados.

Este proceso se ha repetido unas cuantas veces y cada vez que lo hago, el resultado es muy similar: los deseos se cumplen. No somos conscientes en la mayoría de los casos, pero estamos continuamente orientando nuestra vida a conseguir aquello que queremos.

Y hoy, día de mi cumpleaños, estoy haciendo un repaso por tantos momentos vividos, todas esas experiencias que me han enriquecido enormemente, todos esos golpes que me han endurecido la piel, pero no han conseguido arrancármela, todas esas sorpresas maravillosas que la vida me ha preparado con ahínco, toda esa retahíla de personas maravillosas que habéis desfilado por el camino, todo lo alcanzado, todo lo realizado, todo lo conseguido… Y me siento afortunada, y poderosa, y agradecida, y feliz de vivir ésta, mi única vida, con el afán de perderme en el laberinto de los sueños cumplidos y los que vendrán.

miércoles, 25 de marzo de 2015

LA FIEL POESÍA


La poesía debe sorprendernos por su delicado exceso, y no porque es diferente. Los versos deben tocar a nuestro hermano como si fuesen sus propias palabras, como si estuviese recordando algo que, en la noche de los tiempos, ya conocía en su corazón. La belleza de un poema no está en la capacidad que tiene de dejar al lector contento. La poesía es siempre una sorpresa, capaz de dejarnos sin respiración durante algunos instantes. Debe permanecer en nuestras vidas como la puesta del sol: algo milagrosos y natural al mismo tiempo. 

John Keats

domingo, 22 de marzo de 2015

NOMBRAR



El otro día estaba pensando en a importancia de los nombres propios, en cómo marcan a un persona y más aún hoy día con la globalización.

Por un lado están los nombre clásicos en casi todas las culturas como María, Inés, Pedro o Juan, que traduciéndolos una gran diversidad de idiomas continúan siendo clásicos: Mary, Marie, Inès, Agnes, Peter, Peder, John, Yann, Jochen…

Luego, están esos nombre muy populares en una lengua concreta, pero que son completamente anticuados, inexistentes o ridículos en otra. Un buen ejemplo, sería Jara en castellano, nombre que traducido al árabe significa… algo mucho menos romántico que un arbusto silvestre. O, ¿quién no se acuerda de Themis, un chico que iba a mi clase en el colegio cuyo nombre completo era Themistocles Pitágoras?

En concreto, los nombres franceses, me resultan muy anticuados si los traducimos al castellano, aunque en francés suenen más elegantes. Por ejemplo, Fréderic (Federico), Philippe (Felipe), Pascale (Pascuala) o Brigitte (Brígida).

Además, existen ciertos nombres con una letra únicamente existente en el alfabeto de la lengua original, lo que causa un gran problema. En castellano tenemos la ñ, y nombres como Begoña e Iñaki se resienten de ello. Si tenéis curiosidad y queréis buscar la traducción de vuestro nombre propio, podéis usar esta página.

Está claro que un nombre confiere personalidad, unicidad. Dar un nombre ampliamente aceptado, que te convierte en la enésima persona con él en un grupo o extiende el halo de tu padre o madre, resta visibilidad y obliga a marcar la personalidad de otra manera. Por el contrario, un nombre demasiado raro o único, puede crear un cierto trauma de aislamiento y quizá producir inconscientemente un sentimiento de repulsa.

Con todos estos factores en juego, me parece una gran responsabilidad darle nombre a una nueva personita. Lo quiera o no, exhibirá además la personalidad de sus padres. Si bien no parece tener una importancia mayor que el colegio que vaya, o los amigos que haga; a veces son los pequeños detalles lo que cambian las vidas, y un nombre forma parte de él.

miércoles, 18 de marzo de 2015

PEQUEÑO RECORDATORIO


Que sólo tenemos una vida. Y que no sabemos cuando se puede acabar –quizá en unos minutos, quizá en muchos años-. Que en la vida hay una enormidad de cosas interesantes -qué digo, increíbles- por hacer, esperándonos impacientes –y sino, probad a hacer una lista-. Que hay una enormidad de personas que merecen la pena, y si se pesa por la calidad, ésta tiende a infinito. Que por idéntica razón, el resto del personal tiende a cero. Que es decisión puramente personal lo que decidamos hacer con nuestro estado de ánimo hoy. Que el estrés –al que nosotros, únicamente nosotros decidimos abrirle la puerta- sólo nos roba calidad de vida y no nos da nada a cambio. Que la vida nos da demasiada cancha para no agradecérselo. Que todo lo demás, es secundario.

domingo, 15 de marzo de 2015

AGENDA AL MILÍMETRO



Como bien sabemos todos aquellos que hemos vivido en otro país, una parte importante de la experiencia de vivir en otra sociedad, con otra cultura, es la de saber adaptarte a sus reglas, a sus costumbres; sin juzgarlas, sin plantearte si eso está mejor en tu país que en el suyo –no al menos hasta que las hayas probado-. Es por eso que a muchos nos empiezan a rugir las tripas a eso de las 12h –la hora de comer- aunque toda la vida hayamos comido dos horas más tarde.

Una de esas costumbre intrínsecas a la sociedad francesa es la planificación de su agenda con tres o cuatro semanas de antelación. Al principio cuando llegas, propones hacer algo en un par de días, y descubres asombrada, que todo el mundo que te rodea se ha comprometido ya, que tiene muy claro que es lo que hará ese fin de semana. Vuelves a intentarlo la semana siguiente, y vuelve a pasar lo mismo… Así, hasta que te llega una invitación para ir a cenar a casa de un amigo ¡dentro de un mes y medio! Al principio, piensas que se ha confundido y le preguntas "¿te refieres a este mes, no?" Y descubres, que no, que has oído bien.

A mí lo que más me sorprende, es que esta racionalidad con la planificación del tiempo no se aplica sólo a conciertos, recitales o cualquier acto público que requiera una venta de entrada, no. Cosas tan sencillas como cenar, salir, tomar un café o incluso hablar, necesitan ser reservadas con suficiente antelación.

No se si esto dice algo del carácter de los franceses o no. A mí, cuando menos, me produce una sensación extraña el planear hacer algo que te apetece ahora para dentro de un mes. También es cierto, que a veces, cuando no te apetece algo, es cuando mejor se vuelve la experiencia -supongo que debido al factor sorpresa-.

En cualquier caso, ante esta previsión francesa, no queda otra, que empuñar la agenda y hacer lo que vieres. Así, a lo tonto, abril ya se está llenando.

viernes, 13 de marzo de 2015

CALIENTE-FRÍO



La primera vez que te ví me dio esa impresión. Que tú, pese a buscar algo desesperadamente, lo estabas rehuyendo a la vez con todas tus fuerzas. 

Kafka en la Orilla. Haruki Murakami

domingo, 8 de marzo de 2015

SOLARIUM IMPROVISADO



Lo primero que me dijo una enorme mayoría de extranjeros en Francia -principalmente del sur de Europa o Sudamérica- que conocí cuando llegué a Paris fue: “Si, Paris es preciosa, pero es de color gris. Verás como al principio no te importará, pero luego matarás por unos rayos de sol.” Para mis adentros, pensé que eso era algo muy personal y que cada uno hace balance de lo que tiene o no, y si le compensa o no –no en vano, Paris es una de las capitales más pobladas de Europa, por algo será-. 

Tras este discurrir de meses intensos y deliciosos en Paris, si, reconozco que su cielo a veces se mimetiza con el de las paredes: suele ser un color grisáceo como de pared ligeramente tintada por el paso del tiempo. A mí, todavía no me ha afectado –si es que lo hará en algún momento-, sigo viendo la belleza en los balcones, en las casas, en las gentes.

Sin embargo, en Paris, también existen ese repentina retahíla de días luminosos, en los que el cielo está profundamente azul y el sol brilla con fuerza; en los que hace algo de fresca, y un abrigo es estrictamente necesario –mis días favoritos: sol y fresco-.

En esa tregua de días cuado el invierno está agonizando, el mundo entero se echa a las calles a sentir esa luz que inunda los sentidos. Se puede sentir como los rayos de sol acarician los rostros y, estos felices, explotan con una sonrisa automática; como aquellos problemas que hayan podido formarse en las oscuridades invernales, quedan enterrados en ellos y sólo la luz, los brotes y las alegrías premonitorias de una primavera, que se anuncia radiante, amplifican la belleza y la potencialidad de esta ciudad.

En esos momentos, te das cuenta de que todo, absolutamente todo –desde las cosas más evidentes hasta las cosas difícilmente mejorables, se amplifica con la luz natural del sol. Que algo de oscuridad es también necesaria para poder apreciar el contraste. Que no vale la pena recrearse en las oscuridades, porque luego llega un simple rayo de sol y es capaz de derretirlo todo. Que no falten días llenos de luz en nuestras vidas.

Placeres físicos y dolores físicos. Placeres sexuales antes de nada, pero también el placer de la comida y la bebida, el de reposar desnudo en un baño caliente, de rascarse un picor, de estornudar y peerse, de quedarse una hora más en la cama, de volver la cara hacia el sol en una templada tarde a finales de primavera o principios de verano y sentir el calor que se difunde por la piel. 

Diario de invierno. Paul Auster