sábado, 17 de enero de 2009

LA INTENSIDAD

Un amigo mío -un abrazo desde aquí, Jorge- dice que conforme nos vamos haciendo mayores sufrimos menos, pero también nos alegramos menos. Es decir, la ilusión que nos puede proporcionar un cumpleaños a los cinco años es infinitamente superior a la de un cumpleaños a los veintisiete, por ejemplo. Y al revés también funciona, la profunda tristeza que podemos sentir cuando alguien nos dice algo que no nos gusta a los cinco es muy superior a la que nos hará más tarde...

Aunque me entristece esta teoría -tiende a una vida plana- no puedo evitar reconocer cierta parte de razón, sólo en el caso que elijamos que nuestra vida se vuelva monótona. Es decir, sólo si nos conformamos con las experiencias que tenemos hoy, y no seguimos buscando nuevos alicientes.

La vida nos va curtiendo, y las cicatrices cerradas o semi-cerradas nos hace relativizar las posibles heridas que vengan después. Sin embargo, tanto las alegrías como las tristezas, sólo pueden provenir de algo que nos sorprenda, de algo nuevo que no hayamos experimentado nunca, de ahí que, como seres humanos necesitemos nuevas vibraciones, nuevos soplos de aire. Y para eso, necesitamos equivocarnos, volver a caer, sufrir, porque la recompensa por apostar fuerte entonces, es algo extraordinario, que nunca hubieras pensado que llegara a ocurrirte y que te hace sentir la ilusión equivalente a tu primer cumpleaños. Creo que es precisamente esto lo que ha hecho que nuestra civilización evolucione: la búsqueda de la Intensidad.

Y así, como estaba, mirando hacia arriba, con la nuca apoyada en la puerta, empezó a llorar. Y no era el famoso llanto de felicidad. Era ese llanto que sobreviene cuando uno se siente opacamente desgraciado. Cuando alguien siente brillantemente desgraciado, entonces sí vale la pena llorar con acompañamiento de temblores, convulsiones, y, sobre todo, con público. Pero cuando, además de desgraciado, uno se siente opaco, cuando no queda sitio para la rebeldía, el sacrificio o la heroicidad; entonces hay que llorar sin ruido, porque nadie puede ayudar y porque uno tiene conciencia de que eso pasa y al final se retoma el equilibrio, la normalidad.


La Tregua. Mario Benedetti

6 comentarios:

  1. Magnífico.

    Realmente no sé qué comentar porque todavía estoy pensando en ello. Pero poner a un chimpancé a pensar un domingo por la mañana tiene su mérito.

    ResponderEliminar
  2. HombreRevenido: Muchas gracias.

    Encantada de haber provocado una reflexión, y más un domingo por la mañana. Me apunto el mérito.

    ResponderEliminar
  3. Yo discrepo con Jorge… en mi opinión, la teoría es la inversa… creo que cuando nos hacemos mayores las cosas que nos producen alegrías o penas son mucho más fuertes: sufrimos más pero también nos alegramos más… o mejor dicho, no es cuestión de cantidad (ya que probablemente tuvimos muchos más momentos felices de pequeños que de adultos), sino de intensidad: sufrimos de una manera más intensa pero también nos alegramos de manera más intensa… y creo que simplemente eso es porque en nuestra vida de adultos logramos entender el significado de los acontecimientos (o eso creemos), y por tanto, logramos entender sus consecuencias, y eso nos produce sensaciones intensas, buenas o malas…
    C.Dubitatus

    ResponderEliminar
  4. C. Dubitatus: Mmm... Interesante. ¿De verdad crees eso? Yo no opino así. Precisamente, el tener más información de las consecuencias de un hecho en concreto hace que el factor sorpresa sea menor, todo es más previsible. En alegría funciona: piensa por ejemplo, en el primer viaje que hiciste y en cualquiera que hagas ahora, tiene que ser a un sitio muy diferente a cualquiera que hayas ido antes para que te ilusione como el primero (aquí entra la búsqueda de la Intensidad). En cuanto a tristeza: piensa la primera vez que suspendiste un examen y su consecuente trauma. Imagina tu reacción ahora. Seguramente lo relativizarías mucho más, porque ya no te sorprende que eso te pueda ocurrir.

    De todas formas, yo a lo que me refiero es a que EL MISMO HECHO va produciéndonos menos reacciones conforme pasa el tiempo, porque ya no nos sorprende. Y por eso mismo, buscamos encontrar NUEVOS HECHOS que nos motiven y nos hagan sentir esa intensidad.

    ResponderEliminar
  5. Yo me refería más a hechos que pasan en tu vida, en general, y cómo los afrontas con la edad… aunque es cierto que pensando en el mismo hecho, a veces suceda lo que tu dices. Pero pese a ello, no me acaba de convencer la teoría porque se me ocurren numerosos contraejemplos (más de los que pueden ser considerados excepción que confirma la regla)… El ejemplo del examen me sirve: según que examen suspendas (imagina que llevas tres años estudiando una oposición), el trauma ahora es mucho mayor que de pequeño, que lo que más te pasaba era una reprimenda en tu casa que se te olvidaba al segundo día. Ahora es peor, porque eres más consciente de lo que significa y lo vives de una manera más intensa… o piensa en cuando te enfadabas con un amigo de pequeño, seguramente al día siguiente ya volvíais a jugar juntos, pero de mayor no es tan fácil…
    Ay¡¡¡ que ganas de un café largo contigo¡¡¡
    Muaaaa
    C.Dubitatus

    ResponderEliminar
  6. C. Dubitatus: Sigo discrepando contigo, pero mola la discusión. Para mí, suspender un examen ahora me causa bastante menos trauma ahora que la primera vez, porque entonces, me enfrenté a una situación desconocida y tuve que aceptar mis limitaciones en ese tema. Asimismo, los insultos de los niños del colegio fueron mil veces más dolorosos que los de después, porque en estos últimos, ya conocías el daño que te podían hacer y por lo tanto, sabías cómo reaccionar ante ello. Creo que tú hablas de cómo las consecuencias o las responsabilidades que tenemos que asumir ante actos similares -no nuestra reacción ante ese acto, que es sobre lo que yo hablo- aumentan con la edad… ¡Café ya!

    ResponderEliminar