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En los momentos previos a la realización, tus manos temblorosas toman el objeto en cuestión pensando que nunca serán capaces de lograrlo, te entra un momento de duda, vacilas e incluso empiezas a salivar, con un absurdo tinte de preocupación.
Sin embargo, en el preciso instante en que sientes el contacto de aquello con tu piel, una convulsión te zarandea: te encuentras con tu niñez cara a cara y, bruscamente, te preguntas en que momento dejaste de sentirte así, como una niña: sin problemas, sin preocupaciones, con ganas de jugar.
Pero una vez sobrepasada la sorpresa inicial, fundes tu ser y tu mente, y te ríes, cantas, saltas, te alborotas, das volteretas… y te sientes limpia, luminosa, libre… como una cometa.
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