domingo, 5 de septiembre de 2010

CARRERILLA

Una cree hacerse cada vez más inmune a las distancias. Los días se precipitan a tal velocidad que no tienes ni idea cual era la imagen que aparecía en la mitad de los meses del calendario. Mientras no se tienen planes de visitar lugares queridos y lejanos, podemos llegar a crear un espejismo de cotidianidad y nos obligamos a exprimir cada preciso instante del oasis, porque no se sabe cuanto durará.

Sin embargo, cuando tienes en tus manos un billete para atravesar en tan solo unas horas un océano entero, testigo de piratas, navegantes, barcos titánicos, búsquedas de mundo nuevos, naufragios y mensajes en botellas; descubres con alegría, que estás a tan solo unas horas de abrazar a tu gente querida, a las calles cambiantes, al acento que todos llevamos dentro.


Entonces abrí el bolso de los viajes cortos y empecé a meter en él recuerdos al azar, objetos insignificantes pero entrañables, imágenes sintéticas de lo feliz, letras que juntándose narraban sufrimientos, últimos abrazos en la primera frontera, atardeceres sin ángelus y con tableteos, sonrisas que habían sido muecas y viceversa, desvanecimientos y corajes, en fin, una antología de la hojarasca que el viento de la costumbre no había conseguido borrar de la faz de la guerra.

Buzón del tiempo. Mario Benedetti

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