jueves, 15 de mayo de 2014

TARJETAS MÁGICAS



¡Que lo sepa todo el mundo! Me acabo de sacar una tarjeta maravillosa para poder ir al cine ilimitadamente a ver todas las películas que yo quiera… ¿No es absolutamente impresionante? ¿No es una ideaca genial que debería ser exportada a cualquier sitio? Si una ya se sentía la mujer más afortunada del universo por vivir en el centro de París ver el amanecer por esos tejados risueños, imaginaros como me siento ahora al acabar de firmar un contrato que dice que mi televisión oficial son las múltiples pantallas de los cines de París.

Si, es cierto, hay que pagar una tarifa mensual, pero el hecho de poder empacharte de cine sin culpabilidad es inmejorable. En mi caso, además, va a ser una gran ayuda para afianzar el francés. Ya tengo mi libreta preparada para apuntar toda aquella palabreja que no me suene.

El sistema de tarjetas de tarifas planas abundan por estos lares… Y me parecen opciones estupendas. Por ejemplo, el primer mes que te sacas la Navigo, la tarjeta de transporte para un número determinado de zonas, te sientes que tienes una varita mágica en tu mano que abre absolutamente todas las puertas. Si quisieras, podrías recorrer la ciudad en metro y autobús una y otra vez hasta el hartazgo. Pero es precisamente esa sensación de no llevar la cuenta la que hace que al cabo de un tiempo, todo se naturalice y decidas usar las piernas y pasear por esas calles tan bordadas.

Después de cuatro meses en esta ciudad donde bullen cosas tan alucinantes como museos, conciertos, exposiciones, cines, tardes de picnic en el Sena, librerías de ensueño, festivales, paseos, visitas, intercambios de idiomas, aprendizaje de deportes, cerveceo, óperas, teatros… He descubierto que, si una no quiere morir de agotamiento, ha de priorizar sus gustos y escoger que es lo que más nos apetece hacer de todo lo que nos apetece hacer. Crueldad y paradisíaco a partes iguales. Y es que hace falta unas cuantas vidas para exprimir todo lo que esta ciudad contiene.

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