lunes, 7 de septiembre de 2015

HÉROES EN PANTUFLAS



A finales de julio, realicé un viaje relámpago a la costa este de los Estados Unidos, en concreto, a Baltimore –Baltimás, para los amigos-, una ciudad donde pasé dos meses de estancia allá por el 2007, cuando este blog, ni siquiera existía.

Además del revoltijo de emociones encontradas y jetlag que experimenté –eso será el tema de otro día-, tuve el placer de reencontrarme con un amigo, mentor, colaborador, científico brillante, buena persona y ángel con patas: Holland. Es más, tuve la suerte de compartir una agradable velada con él y su mujer en su casa, degustando un salmón a la barbacoa –esa fantástica cocina art nouveau de los estadounidenses que han visto mundo-.

El caso es, que en esa velada y a pesar de los ya ocho años de amistad con Holland, descubrí que hay personas que pasan por la vida haciendo bien a los demás. Y sin darle demasiada importancia. Son amables, intentan cuidar y ayudar a los más desprotegidos –como lo era yo, a punto de acabar la tesis- y son terriblemente modestos. En cierta manera, eso ya lo sabía. Lo que no sabía es la increíble historia de sus cuatro hijos.

Holland y Marylin tienen cuatro retoños, lo cual si bien es algo cada vez menos común en nuestros días, no es significantemente llamativo. Sin embargo, con un vinito en mano, descubrí que sus hijos no son biológicamente hermanos, de hecho, sólo dos de ellos lo son. Como el mismo me narró, me contó que al poco de casarse, su mujer y él estaban impacientes por tener hijos, así que decidieron ir al orfanato y adoptar. Allí, les propusieron una chica para llevársela “puesta”, ya que para los chicos había cola de tres años –y de esto hace menos de cuarenta años en un país del primer mundo, cuidadín-. Allí adoptaron a Molly, su primera hija, justo después de saber que iban a ser padres de nuevo siete meses más tarde biológicamente. Con dos hijos bajo su techo, tres años más tarde tuvieron una llamada del orfanato diciéndoles que teñían una niña mentalmente discapacitada abandonada por su madre alcohólica que nadie quería. En cuestión de minutos, decidieron adoptarla. Finalmente, un par de años después llegó su cuarto hijo. A día de hoy tienen doce nietos.

Esta historia me sobrecogió sobremanera. Su manera de vivir me parece generosísima. Sin necesidad de irse al tercer mundo. Ahí, en su misma puerta, fueron capaces de adoptar, no sólo a niños risueños, sino también a los que tiene problemas y lo necesitan.

Y aunque me parece y toda la vida me parecerá admirable lo que hicieron, me encaja perfectamente con su persona. Hablando de otras cosas, el mismo Holland me contó que, él cuando muriera no quería todas esas medallas que acumulaban polvo en su despacho –fue la primera persona que diseñó la primera cámara en un telescopio espacial, por ejemplo- sino que quería haber hecho feliz a muchas personas. Gracias por todas esas lecciones en la mitad de la vida.

Desde aquí, un abrazo grande y por muchos años más, Holland.

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