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Por eso, cuando nos tomamos un par de días fuera del asfalto y los llenamos sensaciones que nos acaricien los sentidos, de gente buena e interesante, de excelentes conversaciones, de paladeos de vinos, de cocina multicultural, de agua salada y picante, de horas llenándonos de atmósferas azul turquesa, de picnics en anfiteatros resguardados por faros y acantilados mientras el Sol se sumerge en el horizonte Terráqueo, de carreras lunares para lavarse la cara en las aguas profundas y trazar pinceladas selenitas en el paisaje, de rayos deslizándose por nuestra piel mientras detenemos el minutero… entonces, limpiamos de nuestra conciencia todos los posible borrones y volvemos brillantes y luminosos.
La naturaleza está ahí, sola, esperando ojos que la revelen, corazones que la sientan. Es tan antigua como el universo, aunque sea apenas un trocito de esa inmensidad. En la naturaleza surge y se levanta la vida. Aun en pleno desierto, crea su oasis. Tan sólo somos libres cuando encontramos nuestro oasis.
Mario Benedetti. Vivir adrede.
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