Plantaros por un momento cuando tenías trece o catorce años… Vamos, cuando comenzábamos a ser unos adolescentes, y con los primeros amiguetes empezábamos a experimentar las primeras acciones de la edad supuestamente adulta –las primeras borracheras, caladas, flirteos y… amores-.
Ahora recordad la primera persona con la que os liasteis –entendiendo por liarse darse algún que otro beso, y como mucho alguna mano fuera de lugar-. ¿No os pareció fascinante? - En mi caso, descubrí que no daba asco eso de pasarse la saliva sino que es realmente delicioso-. Sin tener ninguna información más que esa, llenos de optimismo y euforia, nos sentimos dichosos por haber hallado compañero, y compartir el pan, el dolor y la cama, que dice mi adorada Gioconda.
Sin embargo, -supongo que a todos nos ha pasado, precisamente porque a esta vida le falta un buen manual-, aquel chico/a nunca llamó, ni nos pidió salir o no quiso saber nunca más de aquello o prefirió seguir con sus amigos… lo que sea. Desde luego, ahí llegó el que creo que es uno de los primero golpes que nos hicieron apoyar la punta de los pies en el suelo. Descubrir horrorizados que es posible que una persona con la que te has dado un beso, ya no quiere saber más de ti.
Y este descubrimiento es mucho más que eso. Es una caja de Pandora. Es la primera vez que te das cuenta, que la gente actúa de una manera, piensa de otra y siente de otra. La primera vez que te das cuenta que un beso no es el símbolo del amor, es el símbolo del deseo. La primera vez que intentas seguir una secuencia lógica de acción-reacción –siguiendo las leyes universales que nos enseñan- y no funciona… Recuerdo lo que me dijo Guillermo, - un abrazo desde aquí- cuando nació su hija. Me dijo algo así como, si, yo tampoco voy a poder evitar que sufra y que le rompan el corazón y que sufra injusticias por mucho que la quiera. Pues no. Es cierto. Y eso debería estar claro cuando alguien decide tener un hijo.
Ahora retrocedamos al día de hoy – o de hace dos años, no importa-. Ese simple beso lo hemos pasado ya demasiadas veces en muchas de las formas que rodean a los seres humanos con los que interaccionamos. La primera vez nos causó desconcierto, la segunda incertidumbre, pero rápidamente nos hacemos escépticos. Y entre esos 13 a 18 años, que es la época en que nuestra personalidad se talla a golpe de experiencia sin instrucciones, nos creamos una carcasa a nuestra medida donde cabe de todo. Ese escudo nos defiende de esos besos que no van a más en un futuro. Poco a poco, aprendemos a aparentar que nosotros tampoco queremos nada más en el futuro. Y conforme el tiempo pasa, se nos olvida quién es coraza y quién es persona. Y ya no sabemos si queremos o decidimos que queremos.
Adiós
Hace 4 años
No te falta razón.
ResponderEliminarA veces llamamos madurez a lo que es simplemente anestesia.
HombreRevenido: Si, nos enganchamos desde pronto a ella y ya no sabemos dejarla.
ResponderEliminarGracias. Un resumen perfecto.
Llámame tonto, necio o inmaduro, pero creo que construirnos la coraza es lo que el mundo dice que tenemos que hacer para volvernos como el resto. ¡Cuán molesto sería que fuésemos distintos!¡Cuán molesto sería que, habiendo abandonado toda esperanza, llegara alguien que todavía la conservara!
ResponderEliminarPues no, hay que sacarle de su error.
Me niego, Bego. Y, aunque sea un marinero loco y solitario que lucha sin descanso contra las fuerzas del mar, emboscado en una tormenta perfecta, como el título de aquella perfecta película Hollywoodiense, y sin posibilidad de ver orilla ni cielo ni sol; prefiero guardar la esperanza y pensar que existe una islita, por muy pequeña que sea, donde brilla el sol, el mar está en calma y uno puede descansar de tanto bamboleo y tanta desesperación.
Y así, me levanto cada mañana intentando recordar que no quiero ser como me dicen que tengo que ser, intentando no olvidar mis sueños y mis esperanzas. Porque, ¿por qué no?
El niño que patalea.
Melenas/El niño que patalea:
ResponderEliminarTe entiendo perfectamente y creo que el hecho de luchar por no sucumbir a la ambigüedad, a lo predecible es muy noble, y ya es una gran diferencia, con la gran mayoría que ni se lo plantean.
Sin embargo, creo que lo queramos o no, formamos parte de esta sociedad, usamos su aire, recibimos los mismo estímulos, existen ciertas formas de comportamiento que hemos de acatar… y por lo tanto, nos formamos corazas como método de supervivencia, en ésta, la sociedad que nos ha tocado vivir. Y si, hubiera una masa crítica que no necesitara corazas, seguramente nadie las necesitaríamos, pero a esto es a lo que hemos evolucionado: a la apariencia de una seguridad, mientras nos morimos de miedo interno…
Genial que no olvides tus sueños y esperanzas, nos esperaba menos de ti. Pero que no te sorprenda el día que te encuentres haciendo algo que no encajaba con tus sueños…
Un abrazo
A eso me refiero, a la coraza y al manual de instrucciones sobre la vida perdido.
ResponderEliminarUna cosa es cómo reacciona la sociedad o, en general, el común de los mortales a ciertas situaciones. Y, otra, cuál es la mejor reacción. La primera suele ser la más sencilla y, por tanto, la que más gente adopta. La segunda suele ser más complicada, porque es más difícil de encontrar, duele y nadie nos la enseña.
No creo en las corazas. Si uno piensa en cómo actúa en las diversas situaciones, se dará cuenta de que en algunas usa coraza y en otras no. ¿Por qué?¿Porque la coraza sólo es necesaria en ciertas ocasiones? Sin embargo, donde tú usas coraza, otros no la usan y viceversa. Da qué pensar.
Quizás seamos más intuitivos en unos campos que en otros, en cuanto a las relaciones personales, igual que lo somos en el deporte, la ciencia o las distintas artes. Quizás sepamos sacar más fácilmente las conclusiones adecuadas de cada situación en un tipo de relaciones que en otro, cuando por conclusiones adecuadas defino aquellas que nos permiten conseguir lo que deseamos (difícil cuestión la de saber lo que uno desea) sin necesidad de una coraza.
De hecho, la coraza sólo lleva a una contradicción: la de desear algo y aparentar otra cosa, como bien dices.
Creo, también, que la felicidad depende en gran medida de nosotros mismos (¿se me vería como un loco si digo que depende enteramente de nosotros mismos?). La coraza nos impide alcanzarla, sea lo que sea que signifique ésta. Suele ser un problema que nos creamos pensando que son los demás los que nos hacen daño y que lo lógico es evitar que nos lo vuelvan a hacer. Es cierto, nos pueden hacer daño, pero hay un salto de lógica entre evitar que nos hagan daño y crear una coraza para ello, porque pensamos que es el único remedio.
La coraza no sólo te pone los pies en el suelo, sino que, también, impide que los demás se acerquen, lo cual puede interferir en conseguir lo que deseas, además de generar desconfianza, que no es lo mismo que estar alerta, y de matar los sueños. Ni hablar de las contradicciones y de la angustia subsiguiente.
En fin, que éste es un tema para discutir frente a una o varias copas de vino.
Espero que podamos hacerlo. También espero que se empiece a enseñar a conocernos mejor en las escuelas (¿con algo de psicología, tal vez?). Sería útil en nuestra vida.
Un abrazo.
Melenas:
ResponderEliminarAfortunado tu, que no crees en las corazas. Yo tengo una opinión diferente, todos necesitamos un escudo para sobrevivir en esta sociedad –consciente o inconsciente- y creo que todos lo demostramos día a día.
Pero tienes razón, acabamos mejor esta conversación delante de un buen vino.
Cuídate